sábado, 24 de abril de 2010

LA NOVELA; QUINTA PARTE:


          El reencuentro…
          La verborrea y mi facilidad para conectar con los clientes hicieron que me convirtiese en muy poco tiempo en el mejor de los comerciales de la empresa. Yo estaba encantado, y lo cierto es que era un trabajo que me iba que ni pintado. Durante ese periodo se cruzó en vida a una simpática muchacha llamada Ángeles, y cómo bien indica su nombre, resultó ser un verdadero ángel para mi agridulce existencia.
          Trabajaba en una peluquería al lado de mi oficina y yo procuraba coincidir con ella a la salida del trabajo. Intentaba que nuestro encuentro pareciese fortuito y después aprovechaba para acompañarla andando hasta su casa. Tras un par de meses de esporádicos paseos en los que hablábamos de todo menos de nosotros, me decidí a pedirle salir conmigo. Era pleno verano y recuerdo lo nervioso que me puse aquel día porque, aunque presentía que  le gustaba, siempre me rondaba esa pequeña duda de si  respondería afirmativamente o me daría calabazas. Supongo que en esa época del año haría mucho calor, pero las gotas de sudor que aquel día resbalaban por mi frente eran fruto de las dudas que en mi interior sentía.
           En fin, como bien estáis pensando, me dijo que sí. ¡Genial! Qué feliz me hizo con aquella respuesta; y gracias a ella mi vida dio un giro de ciento ochenta grados. Enseguida nos hicimos novios y los días a su lado resultaban mágicos y tremendamente cortos.
           Sin sentirlo, sin apenas apreciar como transcurría de rápido el tiempo, pasaron cinco largos años. Ángeles y yo nos buscamos un coqueto pisito. Fue una buena oportunidad que me surgió trabajando en la inmobiliaria y decidimos comprarlo, como bien imagináis, por medio de una larga hipoteca de tan sólo treinta años; con un poco de suerte acabaríamos de pagarlo justo en el momento de comenzar a hipotecarnos en una dentadura postiza.
          Nos fuimos a vivir juntos y creo que ésa ha sido la mejor decisión que he tomado en toda mi vida. Su compañía llenaba todo mi ser y siempre estaba deseando que llegara el momento de sentarme por las noches junto a ella en el sofá de nuestro pequeño salón. Allí, la tele o alguna antigua película de video nos trasportaba a la más fantástica e inimaginable sala de cine. De esa manera transcurrieron los fugaces días, hasta que un inesperado lunes, mientras me encontraba en la oficina arreglando un poco el papeleo de la semana anterior, apareció él.
          Entró por la puerta de la oficina acompañado de otro muchacho y se dirigió directamente hacia mi mesa. Yo me quedé helado, o más bien, petrificado. No sabía cómo reaccionar ni qué decir…, pero rápidamente él se abalanzó sobre mí y me abrazó:
-         ¡Qué alegría volver a verte, José! ¿Cómo estás?- me pregunto cariñosamente.
-         Bien…aquí… Echando un rato- le respondí un poco avergonzado.
-         Perdona, no os he presentado. Mira, este es Jorge, mi pareja, y ha estudiado arquitectura como yo. Hemos pensado en buscar un apartamento, y al enterarme que trabajabas aquí, me he preguntado: ¿quién mejor que José para aconsejarme en la elección?
-         ¡Claro que sí! Has hecho lo correcto- contesté-. Si os parece bien, puedo buscaros algo interesante y que esté bien de precio, pero me tenéis que dar un par de días para haceros una buena gestión ¿Vale?
-         De acuerdo. Te dejo mi teléfono, y cuando nos llames venimos por aquí.

            Después de aquella breve presentación se marcharon, y allí me quedé yo con una cara de tonto de tres palmos de narices ¡Qué sorpresa tan inesperada! Os puedo asegurar que me hizo mucha ilusión volverlo a ver después de tanto tiempo, y me agradó de forma especial que no me guardara ningún rencor por lo sucedido en aquella lejana y desafortunada noche. Había pensado infinidad de veces cómo sería nuestro reencuentro y las palabras que le diría. En cambio, al verle, me quedé completamente en blanco, ahogado por la vergüenza. La verdad es que era un gran tipo, seguro que otro no me hubiese hablado en el resto de su vida. Pero Berto era distinto, tal vez único, y por eso supongo que siempre será una parte importante de mi infancia.     
           Simultáneamente, empezaron a venirme multitud de recuerdos junto a él, imágenes de nuestros juegos, de nuestras interminables travesuras y muchas de las peripecias de nuestra niñez. Sin duda fue mi mejor amigo, y eso nadie lo podría borrar ya de lo más profundos de mis recuerdos. Aún me parece ver cómo aprendimos a montar en bici, la cantidad de porrazos que nos pegamos hasta que nuestras pobres y desolladas rodillas dijeron basta. ¡Qué maravilla, qué bien lo pasábamos! Aunque cuanto más lo pensaba, peor me sentía por todo aquello que le dije. ¡Qué estúpido fui! Pero bueno, él acababa de tenderme la mano, y si de algo estaba realmente seguro era de que esta vez no pensaba dejar pasar la oportunidad de retomar nuestra antigua y abandonada amistad.
          Por ello, cuando llegué a casa al mediodía, mientras comía, aproveché para poner al corriente a Ángeles. Ella no lo conocía, ya que nunca le había hablado de él.
-         Hoy ha estado un viejo amigo en la oficina a verme.
-         ¿Sí? ¿Quién?- se interesó Ángeles.
-         Tú no lo conoces, era un vecino de mi piso. Vivía en el tercero, justo encima de mí. Siempre estábamos jugando juntos, e incluso fuimos al mismo colegio y al mismo instituto. Me ha dado mucha alegría verlo porque nos queríamos como hermanos, aunque… hacía muchísimos años que no coincidíamos.
-         ¿Y eso?
-          Se fue a estudiar arquitectura a la capital y perdimos el contacto. Pero te puedo asegurar que era mi mejor amigo, el mejor que he tenido.
-         Pues…nunca no me has hablado de él. Ahora me estoy enterando de su existencia.
-         Es que hay una larga historia tras nuestra antigua amistad. Una relación que, por desgracia, llegó a su fin tras una polémica discusión.
-         ¿Cómo es que os peleasteis?
-         Verás, es que yo en aquel tiempo era un autentico gilipollas y no supe o no quise ver a un amigo que me estaba pidiendo a gritos que le tendiese una mano.
-         No te entiendo, José.
-         Mi amigo es gay, es homosexual.
-         ¿Y qué?- preguntó Ángeles sin darle la más mínima importancia.
-         Pues nada, que esa respuesta que tú me acabas de dar, es la que yo tenía que haberle contestado en su momento a Berto. Cuando me dijo que era gay, yo debería haberle respondido ¿y qué? Debería haberle dicho que lo que realmente me interesaba era su amistad, su persona. En cambio, en aquellos momentos, creo que fui la persona que más injustamente le trató. Tal vez fui el que más daño le hizo.
-         No me lo creo, pero si tú siempre has sido muy abierto. Además, nunca te he oído mencionar nada en contra de los homosexuales.
-         Ya lo sé. Mejor dicho, ahora lo sé. Sin embargo, aquel día no lo entendí, solamente fui un simple muchacho que se sintió engañado por su mejor amigo, traicionado por su inseparable compañero de juegos, por su hermano. Porque él para mí era como ese hermano que nunca he tenido, una especie de gemelo que con sólo mirarme ya sabía lo que sentía, lo que pensaba, incluso lo que me iba a decir. Manteníamos una estrecha y férrea compenetración que sobrepasaba los límites de la amistad. Entre nosotros parecía existir unos lazos de sangre, unos estrechos vínculos que nos unían en todo y para todo. Y en cambio, a pesar de toda esa afinidad, no supe ver su tendencia homosexual.
-         Bueno, José, eso es algo normal. Nadie puede adivinar una cosa tan íntima como la sexualidad de otra persona. Ya sé que hay homosexuales que tienen mucha pluma y enseguida se les ve venir, pero también hay otros a los que no se les nota nada. Piensa que son personas normales y corrientes, y no por ello van a ir con un letrero colgado del cuello diciendo “me gustan los hombres”.
-         Ya lo sé, pero lo que no he comprendido nunca es por qué no me lo contó.
-         Recuerda que tan sólo teníais dieciocho años, él tendría sus dudas y no sabría exactamente lo que le estaba sucediendo. Ponte en su lugar e intenta pensar lo duro que tuvo que ser descubrir que su cuerpo no respondía a los que nosotros mal llamamos una conducta normal. Sitúate tú en su lugar, adolescente, y descubriendo que lo que le gusta a tu mejor amigo a ti no te llama la atención; que los cánones que has vivido en tu casa, con tus padres: un hombre unido a una mujer, no son los mismos que rigen tu mente. Debió de ser un verdadero trauma sufrir solo y desamparado ese problema, en silencio, sin poder compartirlo con nadie por miedo al desprecio o a la falta de entendimiento. Uno no elige su sexualidad, nace con ella, porque cuando eres simplemente un niño todavía no la tienes desarrollada, solamente con el tiempo y con la lenta madurez se va descubriendo la verdadera tendencia sexual. Es como si en medio de un jardín de bonitas margaritas blancas, nace una de color amarillo. Realmente se trata de una flor más, igual que las otras, con los mismos pétalos, las mismas raíces y las mismas necesidades. Tiene que esperar a que la transparente lluvia la rocíe para poder crecer igual que las demás flores que la rodean; en cambio, por alguna extraordinaria y desconocida razón, por un simple capricho de la naturaleza, ha querido que su color resulte distinto al del resto. Tal vez sea la más bellas flor del jardín, pero ella se ve distinta a las otras, diferente, y no sabe por qué le sucede eso exactamente. Ahora la virtud hay que saber buscarla en todas las que le rodean, en que la acojan como una margarita más y  no la encuentren diferente al resto. Es por todo esto por lo que no quisiera verme yo en su situación, en el lugar de aquel joven amigo tuyo. Creo que debió  ser muy fuerte mentalmente para superar y admitir que no era un bicho raro. Cuando resultaba todo lo contrario, era una persona completamente normal que había tenido la desdicha de nacer en una época arcaica, una época donde todavía te señalan con el dedo por una condición innata de algunos seres humanos.
-         Nunca lo había pensado así- contesté un poco afligido-. La verdad es que le debió resultar muy difícil, pero yo no lo comprendí en aquel momento y reaccioné de una manera muy desafortunada. Desde entonces, desde aquel día, me siento culpable, muy sucio. Creo que voy a estar toda la vida arrepintiéndome de aquello.
-         ¿Le has dicho que lo sientes?
-         No, nunca se lo he dicho.
-         Pues creo que no deberías de dejarlo pendiente mucho más tiempo.
-         ¿Tú crees que lo entenderá?
-          Seguro que sí. Yo tengo una pequeña teoría, de cosecha propia, sobre las personas que son homosexuales. Puede que esté equivocada, pero seguro que acierto en un noventa y cinco por ciento.
-         ¿Y cuál es?- le pregunté.
-         Que son personas extraordinariamente generosas, capaces de anteponer la felicidad de los que le rodean en detrimento de la suya propia. Prefieren no dar un disgusto a sus padres y vivir su vida en silencio, ocultando su amor por otra persona del mismo sexo, e incluso renuncian a tenerlo si hace falta; todo siempre para no defraudar a sus seres más cercanos. Además, puede que tengan la suerte de contar con las mejores cualidades de los dos sexos, lo mejor de los hombres junto a lo mejor de las mujeres. Casi todos los que conozco reúnen una sensibilidad y una capacidad de ofrecimiento fuera de lo común. Y por tanto, estoy completamente segura que él no te guardará ningún rencor. Todo lo contrario, se habrá puesto en tu lugar y comprenderá tu proceder en aquel momento. No fuiste tú quien le habló aquella noche, sino tu ira y tu enojo a lo desconocido, tu miedo a perder un gran amigo.
-         Gracias, Ángeles. Me tranquilizan mucho tus palabras. Este era un asunto que siempre había mantenido en silencio por el inmenso respeto que le tengo a él y a nuestra antigua amistad; por eso nunca antes lo había mencionado. Eres a la primera persona que se lo cuento.
-         Eso te honra, y es señal de que nunca has dejado de quererlo como amigo- me contestó ella-. ¿Por qué no los invitas a comer a casa y así tengo el gusto de conocerlo?
-         Sabes que sí, sería muy buena idea. En vez de citarlos en la oficina les voy a preguntar si les importaría venir a casa.

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