viernes, 30 de abril de 2010

NOVIA x.0 vs ESPOSA 1.0... tengan cuidado

ESTIMADOS SEÑORES:
El año pasado cambié de la versión NOVIA 17.0 a la versión ESPOSA 1.0, y he observado que el programa al cabo de un tiempo comenzó con unos procesos inesperados de subrutinas, que luego fueron a más, descargándose un programa oculto denominado HIJO 1.0 que me ocupa muchísimo espacio de disco duro, utiliza recursos importantes, y además desestabiliza de forma alarmante el Sistema Operativo.

Por otra parte, ESPOSA 1.0 se auto instala como residente en la memoria RAM y se lanza durante el inicio de cualquier aplicación, monitorizando todas las actividades del sistema.

Aplicaciones como:
–CERVEZA CON COMPAÑEROS 10.3
–NOCHE CON AMIGOS 2.5
–FÚTBOL DOMINGUERO 5.0

–NOCHE DE COPAS 4.7

ya no funcionan y el sistema se cae cada vez que intento ejecutarlos y antes funcionaban a la perfección sin alguna falla.

De vez en cuando se lanza un programa pirata oculto (creo que es un troyano) denominado SUEGRA 1.0 que aparece inmediatamente cerrando varios puertos de conexiones, y consigue colgar el sistema operativo, o que ESPOSA 1.0 se comporte de manera totalmente inestable e impredecible, por ejemplo, dejando de atender a cualquier comando que introduzco.

Estoy pensando en volver al programa anterior NOVIA 17.0 o si puedo conseguirme la versión 18.0 mucho mejor, aunque me conformaría con la versión 17.1, pero no he podido desinstalar a ESPOSA 1.0 o al menos mantenerlo minimizado.

!Auxilio! ¿Me podrían ayudar?
Muchas gracias.
Un usuario extremadamente afligido



REPUESTA:
Estimado usuario afligido,

Este es un motivo de queja muy común entre los usuarios. Se debe, en la mayoría de los casos, a un error básico de concepto. Mucha gente pasa de cualquier versión de NOVIA X.0 a ESPOSA 1.0 con la idea de que es solo un programa de Entretenimiento y Utilidades muy practico. Sin embargo, ESPOSA 1.0 es un SISTEMA OPERATIVO COMPLETO E INVASIVO, diseñado para controlar TODO el sistema.

Es muy poco probable que usted pueda desinstalar ESPOSA 1.0 y regresar a cualquier versión de NOVIA X.0 sin sufrir daños permanentes a su aparato. Es casi imposible desinstalar o eliminar los archivos del programa una vez instalados.

Lo mismo pasa con SUEGRA 1.0 que es una aplicación oculta, totalmente autonoma y ejecutable por si misma que se instala en la RAM mientras ESPOSA 1.0 funciona.

Hay quienes han intentado el formateo a baja densidad, para luego instalar los programas NOVIA PLUS, AMANTE 1.0 o ESPOSA 2.0, pero terminan con muchos más problemas que antes, (vea en el Manual, el capítulo “Pago de Pensiones" y "Mantenimiento de Hijos“).

Considere la posibilidad de instalar algún software adicional para mejorar el rendimiento de ESPOSA 1.0. Son especialmente recomendables, Pedirperdonderodillas.Exe, FLORES 5.0, JOYAS 2.3, SIQUERIDA 4.1; también puede usar Loquetudigaspuchunguita v9.7; Tehagoloquequieras v6.9 (la 6.9 es la mejor). Y evite el uso excesivo de la tecla “ESC”

JAMÁS instale Secretariachichonaconminifalda 3.3, Amiguita 1.1 o Amigotes 4.6.
Estos programas no funcionan bajo Esposa 1.0, y muy probablemente, causen daños irreversibles e irreparables al Sistema Operativo y al aparato.

Si todas las opciones fallan, puede optar por sistemas basados en otras plataformas existentes en el mercado negro pero a su propio riesgo como Celibato 1.0 o Maricón 5.3.

Así que tengan cuidado con este programa llamado ESPOSA 1.0 ya que es dinamita pura.

LA NOVELA; DECIMA PRIMERA PARTE:


No se podía hacer otra cosa, y aunque suene cruel, su familia pasaba de él. Yo me fui corriendo a la entrada de urgencias y me presenté como su pareja, pensé que sería la única manera de que me dejasen entrar en aquella jodida sala donde él estaba. Pero no, no me llevaron con él, me acompañaron hasta una pequeña oficina donde un espigado médico me estaba esperando:
- Hola, soy el doctor Ibáñez- se presentó mirándome fijamente con sus profundos ojos-. ¿Es usted familia del paciente Alberto García?
- Sí, vivimos juntos- le dije. No es que quisiera engañarle pero tenía que saber qué le estaba pasando.
- Verá, no me andaré por las ramas. Creo que su compañero presenta un cuadro de cáncer pancreático exocrino. Le explico: son adenocarcinomas que se originan en los conductos del páncreas y habrá que controlarlos mediante cirugía y un posterior tratamiento conjunto de radioterapia y quimioterapia.
- ¿Es grave? – pregunté creyendo conocer la respuesta.
- ¡Es cáncer! Y como tal siempre hay un alto porcentaje de riesgo.
- Ya, pero… pillándolo a tiempo es fácil superarlo, ¿no?
- Así es, aunque me temo que éste no es el caso. Debido a que el páncreas está ubicado en una región profunda del cuerpo, no se pueden ver ni sentir los tumores en sus etapas iniciales durante los exámenes físicos de rutina. La ictericia, es decir, el color amarillento que presenta en la piel y ojos, solamente aparece cuando ya hay metástasis.
- ¿Metástasis?- pregunté. Nunca había oído esa palabra, pero al escuchársela a aquel médico no me gustó como sonó y me hizo sentir un gran escalofrío por todo el cuerpo.
- En este tipo de cáncer, por lo general, los pacientes no tienen síntomas hasta que se ha propagado por otros órganos, produciendo la mencionada metástasis.
- ¿Pero se pueden haber equivocado? ¿Puede que se trate de otra enfermedad?
- ¡Eso quisiera yo, equivocarme en estos casos! Sin embargo, la prueba CA-19-9 que indica la cantidad de marcadores tumorales de la sangre, ha dado positiva. Sus niveles son muy altos. Y además de la analítica se le han realizado las pertinentes ecografías, resonancias magnéticas y una biopsia que en las próximas veinticuatro horas nos mostrará sus resultados. El paciente deberá quedar ingresado y por todo el día de mañana será intervenido de urgencia.
- ¿Se lo han dicho a él?
- No, antes hemos querido informarle a usted. Si cree que no se encuentra con el suficiente ánimo para decírselo o quiere ocultárselo, nosotros actuaremos según nos indique.
- Preferiría decírselo yo- les dije sin apenas salirme la voz del cuerpo. No sabía si estaría preparado para ello, pero tenía muy claro que quería que se enterase por mí.
El médico se marchó y me dejó solo en aquella desangelada habitación. En ese momento me enfadé mucho conmigo mismo, por mi impotencia, por la terrible inutilidad que sentía; y a su vez también me enfadé con Dios, por su dejadez, por su indolencia. Le pregunté una y mil veces ¿por qué él? ¿Por qué siempre recaía todo el daño sobre la misma persona? Sumergido en mi silencio le reté a que hiciese un milagro, le desafié a que me hiciera una pequeña señal que indicase que existía, que ese Dios misericordioso al que todos adoraban estaba ahí de verdad. Le preguntaba insistentemente ¿por qué él? Habiendo tanta gente dañina en este mundo, tanto cabrón por ahí suelto, ¿por qué él? Resultaba injusto, tremendamente inhumano que otros fuésemos tan felices y en él recayesen todas las penurias del mundo. ¿Por qué él? ¿Por qué él?
Tras intentar tranquilizarme un poco, abrí la puerta de la sala donde él estaba y entré. Se encontraba en una cama situada al fondo, muy tranquilo; con el gotero puesto y un descolorido pijama de la Seguridad Social. Yo entré nervioso, igual de inseguro que aquel lejano día de nuestra primera comunión entrando a la iglesia; la diferencia era que ahora no le tenía a mi lado sonriendo para poder apoyarme en él. Me acerqué intentado disimular la pena que llevaba por dentro, aunque me la descubrió fácilmente. Con una sola mirada supo que no era nada bueno lo que tenía que decirle:
- Venga, suéltalo ya- me dijo burlándose de mí.
- No puedo hablar- le dije entre lágrimas-. No puedo…
- ¡Madre mía que ayuda tengo yo contigo!- lamentó riéndose-. Si tuvieras que ganarte la vida ocultando malas noticias te morirías de hambre. Venga, ¿dime qué es?
- Cáncer, Berto. ¡Es Cáncer!
- Menos mal…, por un momento creí que se trataba de Sida. De esa manera hubiesen tenido en la ciudad para cotillear durante un año. ¡Menudo morbo!
- Berto, no me hace ni pizca de gracia tu actitud. No entiendo cómo te quedas tan pancho sabiendo que tienes cáncer.
- José, lloraría por muchísimas cosas. Por perderte a ti, por la pequeña Bertita o por cualquier otra cosa importante en mi vida. Pero lo que no voy hacer nunca es pasarme los días que me queden de vida llorando o intentado dar pena. Si conseguimos ganarle la batalla al cáncer ¡cojonudo! ; y si no, intentaré disfrutar al máximo cada segundo de mi precioso tiempo.
- Me han dicho que mañana te operaran- le dije todavía consternado.
- Muy bien, ese será mi primer objetivo: superar la operación. Iremos sin prisa, poniéndonos metas que, una tras otra, superaremos juntos.
- ¡Joder, Berto! Se supone que era yo el que te tenía que darte ánimos…- pero no pude terminar la frase, enseguida un pertinaz nudo en la garganta me ahogó en un triste llanto.
- José, pareces una auténtica nenaza- me dijo riéndose-. Desde luego como tu apoyo sea así los próximos días seguro que cojo una depresión.
No sé cómo lo hizo, pero consiguió sacarme una ligera sonrisa. Una inesperada carcajada aderezada con unas furtivas lágrimas, una divertida y agria situación donde el primer sorprendido era yo. Pensaréis que sus palabras eran dubitativas, que intentaba ocultar su miedo bajo sus bromas; pero la realidad era otra, de verdad no sentía miedo, sus ojos no escondían temor ni nada parecido. Había llorado como un niño al sentir la indeferencia de sus padres o al marcharse su amado Jorge; y en cambio, por su enfermedad, no derramó ni una sola lágrima, lo que menos le importaba era él mismo. Me hablaba plenamente convencido de que lograría burlarse de aquella tremenda situación, y así continuó hasta que los efectos de aquel gotero le fueron cerrando los ojos y quedó dulcemente dormido.
Yo me quedé allí, de pie, contemplándolo como si fuese la primera vez que lo veía, como si lo acabara de conocer. Me recreé mirando su cara, recorriendo cada minúsculo rincón de su rostro, como memorizando hasta su más insignificante seña de identidad. Resultaba increíble que se hubiese dormido tan placidamente, como si no ocurriese nada malo. En aquel preciso momento descubrí que en realidad se trataba un ser distinto, un personaje único, completamente diferente al resto de los demás mortales.
Llamé a Ángeles para contarle todo lo ocurrido y le pedí que pusiese al corriente a mi jefe, prefería que no le mintiese con raras excusas y le dijera que los próximos días no podría cumplir con mi trabajo, que no me importaba que me los descontase del sueldo.
La operación resultó perfecta y tuvo que permanecer ingresado durante doce días. En ese tiempo hubo momentos de todo. Tiempo para reír con sus ocurrencias, para desvelarnos de noche o mal dormir de día, para aguantar unos fuertes dolores y para disfrutar de las pocas visitas que tuvo. Por allí se acercaron mis padres, Ángeles y poco más.
Una mañana, aprovechando que dormía, le cogí su móvil con al intención de ver su agenda y llamar a sus amiguetes para que viniesen a visitarlo. Pensé que sería agradable que viese caras conocidas por allí. Sin embargo, para mi sorpresa, solamente existían tres teléfonos grabados en él: el número de Ángeles, el mío y el de Jorge. Me parecía increíble que alguien como él, una persona tan abierta y agradable, tuviese un círculo de amistades tan reducido. Aquella escueta agenda de móvil era la cruda muestra de que se encontraba muy solo en la vida, tremendamente solo. Lo abandonó todo para venir otra vez a su ciudad, dejó su vida en la capital, sus amigos y su juventud. Regresó para estar más cerca de los suyos, de sus recuerdos, de su casa de siempre y de sus padres, pero curiosamente cuando menos kilómetros existían entre ellos, más distanciados estaban.
De aquella triste agenda sólo quedaba Jorge por avisar, y lo llamé:
- Sí, dígame…- contestó.
- Hola, Jorge. Soy José.
- Hola, José, ¿Cómo estáis?
- Regular, por no decir que mal.
- ¿Qué pasa? ¿Ocurre algo?- preguntó preocupado.
- Me temo que sí. Berto está ingresado, le han detectado un cáncer en el páncreas. Por eso te llamo, he pensado que a lo mejor querías venir a verlo.
- Querer claro que quiero, pero no puedo. Me encantaría estar allí con él, pero créeme, me resulta imposible regresar.
- No te entiendo. Te fuiste sin dar explicaciones, apresuradamente y dejando a Berto destrozado. ¿Qué ocurrió?
- José, te aseguro que no me fui por mi propia volunta. Me obligaron a abandonar la ciudad-contestó apurado.
- ¿Quién te obligó? ¿Cuéntame qué pasó?
- Andrés, su hermano. Fue cuando presenté el proyecto de la pasarela en el ayuntamiento. Necesitaba un voto más para conseguir que nos lo adjudicaran, un voto que valía un deseo: el sueño de Berto. Con ese simple voto conseguiría cumplir el deseo de realizar una gran obra en su ciudad que fuese recordada para siempre. Pero el dueño de ese sueño, el que tenía ese voto que faltaba para lograr esa hermosa fantasía era su hermano, el único concejal que quedaba por votar. Él se acercó discretamente a mí, y me dijo que si quería que aquello fuese una realidad debía desaparecer para siempre de su vida. Abandonar nuestro estudio de arquitectura, abandonar la ciudad y abandonar a Berto. Sé que si se lo hubiese contado habría preferido perder el proyecto antes que a mí, pero era una oportunidad económica única que no podía robarle, con ese dinero podía pagar por completo su piso y le supondrá un gran reconocimiento como arquitecto a nivel nacional. No podía negarle ese sueño, no pude negarme ante aquel ofrecimiento. Berto siempre ha sido muy generoso con todos los que hemos estado a su alrededor y creí que ya iba siendo hora de que recogiese un poco de todo lo que ha repartido.
Yo me quedé sin habla, la familia de Berto no dejaba constantemente de sorprenderme. Parecía increíble que ninguno de ellos se posicionara a su lado o comprendiese su sentido de vida. Resultaba incomprensible que pudiesen dormir tranquilos estando él en aquellas condiciones.

jueves, 29 de abril de 2010

LA NOVELA; DECIMA PARTE:

         La enfermedad.
   La noticia del embarazo de Ángeles corrió como la pólvora. Todo el mundo nos felicitaba y me sentía el hombre más dichoso sobre la faz de la tierra. Para aumentar más aún mi alegría, encontré trabajo en una asesoría de empresas; resultaba el trabajo perfecto porque era realmente para lo que había estudiado.
 Berto continuó trabajando sobre el proyecto del nuevo puente de la ciudad, una faraónica obra arquitectónica donde intentó expresar todo el talento que llevaba dentro. Dedicó muchísimas horas del día a ultimar todos los posibles imprevistos que pudiesen aparecer, dando lugar a que en aquellas fechas nos viésemos relativamente poco, aunque siempre permanecimos en contacto telefónico.
    Los meses pasaron hasta encontrarme abocado a las puertas de paritorios: sí, yo también entré al parto. A pesar de que estuve los nueves meses acojonado pensando si debía hacerlo o no, al final decidí entrar y la verdad es que fue una de las cosas más bonitas que he vivido. El parto transcurrió sin complicaciones y pronto pude ver una diminuta cabecita asomarse a lo que iba a ser su nuevo mundo. Mis ojos se fijaron en su dulce cara y rápidamente encontré los mismos rasgos que su madre, era idéntica a Ángeles. Una preciosa niña acababa de llegar a nuestra vida, un hermoso y regordete bebé que daba ganas de comérselo. De pronto comenzó a llorar, y como si nos hubiésemos puesto de acuerdo todos, también nos invadió un emocionado llanto. No sé quién lloró más, si la madre, la hija o yo, el tonto del padre.
    Después, ya un poco más relajados, una de las enfermeras me la dio para que la tomase. Dos sensaciones completamente nuevas emergieron de lo más hondo de mí: por un lado me daba miedo que se me pudiese caer de mis torpes brazos; y por otro, un agradable bienestar por tenerla entre mis manos. En ese instante no pude evitar acercar mis labios a su diminuta cabecita y besarla. En ese instante encontré otro de esos besos mágicos como los que tanto buscaba Berto. Fue increíble sentir el tacto de aquella angelical piel en mis labios y no quería, por nada en el mundo, separarlos de su cara. Cerré los ojos e inspiré hondo, como saboreando aquel precioso momento; quería llevarme su olor a bebé para siempre conmigo, quería sentir la palabra Hija junto a mi ser. Ella era un pequeño trocito de mí y de Ángeles, un regalo para dos que siempre compartiríamos. Siempre. Toda una vida.
     Al bajar a planta, una de las primeras visitas que tuvimos fue Berto. Estaba loco, eufórico, y no dejó de besarnos ni un instante. Parecía que el bebé era suyo y repetía una y otra vez que su tío Berto la iba a malcriar. Aquel fue un día especial, una fecha alegre que necesitábamos urgente en nuestras vidas. Ella estaba pletórica junto a su bebé y sabía, sin duda alguna, que sería una madre modélica, la madre que todos hubiésemos querido tener de niños, tierna y comprensiva. 
     Decidimos llamarla Berta, y no creo que haga falta explicar por qué. Resultaba el nombre ideal, corto y escueto, pero  resumía gran parte de nuestra vida.
         Aquella niña cambió nuestra realidad, nuestro día a día, y ahora giraba todo en torno a ella. Como Ángeles tuvo que dejar momentáneamente la peluquería, Berto se quedó con ella para ayudarle con la niña; su trabajo estaba prácticamente terminado y le encantaba estar con ellas. Como sabía que económicamente no íbamos muy sobrados,  no dudo en regalarnos la cuna, la silleta y todo lo que le gustaba de las tiendas para bebés.
        Siempre solían salir a pasear con el carricoche los tres, e incluso a veces le regañaba a mi mujer por dejar a la niña llorar. Había ocasiones que ni yo mismo sabía quién era su verdadero padre, si él o yo; cualquiera le decía algo a Berta delante de él.
   Al tener a la niña como punto de referencia nos dimos cuenta de lo rápido que pasaban los años. En ella, en su ropa, en sus aprendizajes, comprobamos como el transcurrir del tiempo pasaba velozmente; su primer año transcurrió en un abrir y cerrar de ojos. Pero hubo algo que de repente, sin nadie esperarlo, frenó en seco aquel frenético ritmo de vida: Berto enfermó. Como estábamos completamente volcados en mimos a la niña no observamos que su aspecto se había deteriorado ostensiblemente, sumado a que él tampoco comentó nada. A la visible perdida de peso le siguió unas constantes fiebres que me hicieron temer lo peor.
-         Berto, creo que deberíamos ir al médico- le dije preocupado.
-         ¿Para qué? Esto es sólo un simple catarro- contestó tiritando por la fiebre.
-         Llevas cuatro días con treinta y nueve de fiebre, tienes un color amarillento feísimo y has perdido peso. Para ser nada más que un resfriado me parecen muchos días- insistí.
-         No te preocupes, vete a casa que estoy muy bien…
           Pero la realidad indicaba lo contrario ya que una repentina vomitera le delató. Cansado de escuchar sus continuas negativas le saqué de la cama, y tras vestirlo, me lo llevé a urgencias.
-         ¡Tengo miedo!- me confesó en el coche camino del hospital.
-         No seas tonto, Berto; a veces pareces un niño pequeño. No deberías dar lugar a estar tanto tiempo sin medicarte. Lo normal es que cuando uno se encuentra mal vaya al médico.
-         ¿Y si tengo Sida?-contestó en voz baja.
-         ¿Crees de verdad que puede existir esa posibilidad?- pregunté asustado.
-         No lo sé. Casi siempre he tomado precauciones y sólo me he acostado con Jorge.
-         Ya, pero si él te hubiese sido infiel ¿Qué? No dices que se marchó sin ningún motivo aparente.
-         No, José. Pondría la mano en el fuego por él. Sé que lo nuestro no lo rompió una tercera persona- me contestó sin dejar de temblequear. Su fiebre se disparaba y su temperatura corporal casi ardía.
      
         Cuando llegamos a urgencias lo metieron en una habitación de observación y a mí me dejaron fuera, negándome la entrada por no ser familiar directo. Supuse que lo mejor era llamar a sus padres para que por lo menos alguien pudiese acompañarlo. Imaginé que ante un caso así vendrían, y llamé:
-         Buenas noches, soy José. ¿Con quién hablo?- pregunté al sentir que me descolgaban el teléfono.
-         Con Andrés, ¿qué pasa, José?- contestó su hermano.
-         Estoy en urgencias con Berto y he pensado que deberíais saberlo. A mi no me dejan entrar porque no soy de la familia y está solo.
-         ¿Y?
-         ¿Cómo que “y”? ¿No te preocupa lo que pueda pasarle a tu hermano?
-         Creo que ya es mayorcito para cuidarse solito. Si ha sabido independizarse sin ayuda de nadie, no creo que nos necesite ahora. ¿Tampoco será tan grave lo que tiene?
-         No sé exactamente qué le ocurre, pero su aspecto no es muy bueno.- contesté intentando conmoverle un poco-. Estoy muy preocupado, ha tenido fiebre los cuatro últimos días.
-         Igual ha pillado el Sida. ¡No me extrañaría! Es la enfermedad que tienen todos los maricones. Será por eso por lo que no quieres entrar, para que no se te pegue a ti también, ¿verdad?

          Aquellas terribles palabras me fulminaron. Nunca escuché tanto desprecio junto en una sola persona, tanta desconsideración y tan mala educación. Era su hermano, el único que tenía, y su desinterés por Berto rozaba el maltrato.
-         Andrés, nunca creí que escucharía de tu boca semejante barbaridad. Creo que eres un perfecto hijo de puta. ¡Adiós!
         Esa fue exactamente mi contestación, no perdí ni un segundo más hablando con aquel energúmeno y le colgué.
          Los minutos en la sala de espera resultaban eternos, uno tras otro pasaban lentamente sin que nadie me explicara nada de lo que sucedía. Sentado en una incómoda silla de aquella sala observaba el continuo trasiego de enfermos entrando y saliendo. Pacientes ancianos, jóvenes o niños, enfermeros con su inmaculada bata blanca, celadores apoyados en la entrada fumándose un cigarrillo y un constante goteo de sonoras ambulancias.
        Sentí que una mezcla de desesperación me invadía y decidí salirme a la puerta para oxigenarme un poco, aquel cargado ambiente con olor a antibiótico me superaba. Cansado, me senté en un solitario banco que había junto a la entrada y miré al cielo. Estaba precioso, completamente estrellado, y una ligera escarcha que caía fue entumeciendo todos mis huesos.
           De repente escuché algo extraño y me pareció ver a alguien escondiéndose detrás de un coche, como queriendo ocultar su figura en la oscuridad de la noche. Yo, disimuladamente, me acerqué; y quedé boquiabierto al ver a quién pertenecía aquella oscura sombra que reflejada en el suelo sobresalía entre el hueco de dos coches. No me lo podía creer. Era su madre que, escondida, no sabía si entrar al hospital o no.
-         Hola, José- me saludó avergonzada al verme-. ¿Cómo está Berto?
-         La verdad es que no lo sé. ¿Por qué no entra? Seguro que le daría una enorme alegría verla.
-         No, no puedo. He venido sin que su padre se entere. No quiero que sepa que he estado aquí.
-         Pero, ¿por qué? Usted es su madre y nadie puede impedirle ver a su hijo.
-         Seguro que no querrá verme- contestó ella susurrando-. Estará enfadado conmigo.
-         Le aseguro que no. Siempre habla de usted con mucho cariño y ésta sería una oportunidad preciosa para que se reconciliasen. Él la necesita muchísimo, la ama con locura.
-         Si me quiere tanto por qué no va a un psicólogo- me preguntó.
-         ¿Para qué?-pregunté sorprendido, si llegar a entender a qué se refería.
-         De esa manera le curaría. Lo suyo es un problema psicológico y con una buena terapia podrían curar su homosexualidad. Él tiene algo en su cerebro que no funciona bien, algún trastorno que hace que no le gusten las mujeres. Hay muchos médicos que dicen que se puede curar, es tan sólo cuestión de tiempo, pero tiene remedio.
-         Berto no tiene ninguna enfermedad. Los homosexuales no están enfermos, nacen con esa condición. No existe una regla que nos diga que es lo que nos debe gustar. Es algo natural, como nacer rubios o morenos, altos o bajos. Estáis anclados en una era arcaica donde todo es masculino o femenino. La naturaleza es mucho más sabía que nosotros los humanos, los seres más avanzados de la creación. En ella la vida no se rige por esos dos géneros, los mezcla de forma espontánea y nosotros lo aceptamos sin ningún problema, sin darle importancia. Ella nos habla de las aves, sin especificar que sexo tienen; que más da que sea macho o hembra, lo único que nos indica con su nombre es que son capaces de volar libremente. ¡Qué pena que no hagamos lo mismo con los humanos, con las personas! Pues eso es realmente lo que somos: personas que tenemos la capacidad de interrelacionarnos entre sí, sin importar el sexo. ¡Qué pena que no pensemos tan naturalmente…!
-         ¡Familiares de Alberto García!- se escuchó vagamente por la megafonía de la sala interior interrumpiendo mi explicación.
-         Creo que debería entrar usted- le dije, pero ella simplemente apretó los labios y comenzó a llorar.
-         ¡Familiares de Alberto García!- repitió aquel lejano altavoz.
-         ¡Ve tú!- me pidió-. Ahora eres su única familia-. Después, se marchó. Se fue andando encogida y con la cabeza agachada hasta que se perdió su figura en la oscuridad de la noche.

miércoles, 28 de abril de 2010

LA NOVELA; NOVENA PARTE:


           Su madre.
            La vida continuó con un imparable transcurso dónde los días pasaban vertiginosamente ante nuestras narices agotando el caduco calendario. Nuestra boda quedó atrás y con ella unos momentos inolvidables.
         El estudio de arquitectos de Berto y Jorge funcionaba de maravilla, hasta el punto que el ayuntamiento les encargó el proyecto del nuevo puente de la ciudad y si conseguían adjudicárselo supondría una importante inyección económica para su empresa. No obstante, a pesar de tanta buena noticia, Berto seguía con una pequeña espina clavada: su madre. No podía quitársela de la cabeza, y aunque la llamaba constantemente por teléfono, nunca pudo hablar con ella.
         Una tarde, sin haberlo pensado previamente, se me ocurrió pasarme por la casa de sus padres. Yo estaba visitando a mi madre y pensé que, tal vez, podía poner un poco de cordura en aquella tensa relación. Decidí subir aquellos treinta y tres escalones, unos peldaños que aquel día me parecieron un auténtico abismo, como un escalpado camino hacía un monte llamado Calvario, el mismo que estaba padeciendo en sus carnes mi buen amigo Berto.
        Una vez estuve ante su puerta, y tras un tenso debate conmigo mismo sobre si debía llamar al timbre o no, salió su madre:
-         ¿Qué haces aquí, José?- me preguntó sorprendida al verme hecho un pasmadote ante su puerta.
-         Quería hablar con usted.
-         ¡Claro que sí! Pasa, hijo. No te quedes ahí- me dijo mientras me agarraba del brazo y me acompañaba hasta la cocina-. ¿Tú dirás, José?
-         Es sobre Berto, lo está pasando muy mal. Me ha dicho que ha llamado varias veces, pero usted no le coge nunca el teléfono- ella agachó la cabeza y permaneció en silencio, sin querer aclarar mis innumerables dudas. Mostrando una actitud fría y desinteresada-. Es su hijo, y creo que están perdiendo un tiempo muy valioso para disfrutar el uno del otro. No hay nada en el mundo como el cariño de una madre.
-         Berto nos ha defraudado, tanto a su padre como a mí. Nunca esperábamos que nos pagase así todo el esfuerzo que hemos hecho por él. Nos hemos sacrificado durante años para poder darle unos estudios y luego aparece por aquí con otro hombre diciendo que es su novio. ¡Qué vergüenza!
-         ¿Vergüenza…, por qué?
-          Porque no ha querido ser un hombre normal y corriente. Nos ha deshonrado a toda la familia. Desde entonces su padre no ha pisado el bar para no tener que escuchar el cachondeo de sus amigos. Seguro que ya sabrán todos que a su hijo le gustan los hombres.
-         ¿Y le importa a su padre lo que piensen sus amigos más que lo que sienta su hijo?- le recriminé.
-         Claro que sí, y a mí también me importa. A nadie le agrada tener un homosexual en su casa. Piensa que hasta su hermano podría perder el trabajo en la concejalía si todo esto saliese a la luz. Él si que es un hombre hecho y derecho, con unos principios, respetado en el ayuntamiento y por todo el pueblo; no como Berto, que solamente nos ha traído vergüenza y escándalo.
-         No me puedo creer lo que estoy escuchando. La miro y no la reconozco. Yo todavía no he tenido la suerte de tener un hijo, pero lo que si tengo muy claro es que cuando sea padre lo apoyaré incondicionalmente. Sin importarme con quién quiera compartir su vida, sin pedir explicación alguna; en mí encontrará a su primer amigo, a su mejor confidente. Y gritaré orgulloso a los cuatro vientos que soy su padre; tanto si es heterosexual como si no. E incluso puede que me volcase más con él si fuese gay, trataría de acercarme más a su vida, a sus inquietudes y amores.
-         Es muy fácil decirlo cuando no se sufre en tus carnes. Desde lejos todo resulta
-         mucho más sencillo.
-         ¡Ya lo sufrí!- le grité-. ¡Ya lo sufrí! Y me arrepentiré toda la vida por haberle dado de lado aquella asquerosa noche. Pero por suerte he sabido comprenderle a tiempo para poder seguir saboreando su amistad, para poder recuperar a esa persona que siempre he querido como a un hermano. Y le voy a decir una cosa: estoy muy orgulloso de ser su mejor amigo. Para mi es un lujo que sea una parte importante de mi vida, un regalo que Dios ha puesto en mi camino, y no pienso dejarle nunca solo. Es muy fácil ser padre cuando los hijos no tienen problemas, cuando todo viene sobre ruedas. Le diré una cosa, siempre he creído que una verdadera madre es la que quiere lo que quiere su hijo, la que le acompaña en sus alegrías y la que nunca le abandona en sus tristezas. Yo mataría por un hijo, recorrería descalzo el mundo por un camino de afilados cristales si hiciese falta, pero nunca, nunca le dejaría solo.

     Ella calló, su boca no articuló palabra alguna, y ese estremecedor silencio que tanto detesto abrió un inmenso abismo entre los dos. Supuse que era el momento de marcharme, de huir de aquella guarida de incomprensión. Aunque en mi interior aún albergaba una pequeña esperanza de que ella, en algún momento, me detuviese arrepentida mientras encaraba el pasillo hacia la salida, que me llamase angustiada para que intercediese ante su hijo. Pero no, ese instante no llegó y me marché completamente desolado, sin entender de qué pasta estaban hechas las entrañas e de aquella mujer.
    Como comprenderéis nunca dije nada a Berto sobre la conversación que mantuve con su madre, él ya tenía bastante con su cruda realidad y no quería echar más leña a la terrible hoguera de su depresión, por lo que dejé que los días transcurriesen sin más. Sé que aquello no era la solución ideal, pero es que no encontré la manera de poder ayudarle con su problema familiar. Sabe Dios que me hubiese cambiado por él, que me habría puesto aquellos días en su lugar para que no sufriese tanto; aunque la dura realidad me privaba de esa posibilidad.
    Varias semanas después, al llegar una noche a casa completamente derrotado tras un agotador día de trabajo, me encontré a Ángeles muy preocupada.
-         ¿Qué sucede?- pregunté.
-         Ha venido Berto- me respondió en voz baja, evitando que la escuchase-. Está en el salón, completamente destrozado porque Jorge le ha dejado.
-         Está bien, hablaré con él- contesté cansado. Menuda noticia para terminar el día, justo lo que le faltaba para acabar de hundirlo. Entonces, después de quitarme el abrigo, me senté en el sofá junto a él-. ¿Qué pasa, Berto? ¿Por qué se ha marchado?
-         Jorge se ha cansado de aguantar tantas impertinencias y se ha ido. ¡Sabía que sucedería! Lo veía venir.
-         Pero, ¿por qué?
-         Ayer era nuestro gran día, teníamos que presentar en el pleno del ayuntamiento nuestro proyecto para la nueva pasarela del río, pero al llegar nos encontramos en la entrada a mi padre… y se armó el lío. Comenzó a insultar a Jorge delante de todo el mundo, llamándole repetidamente pervertido y culpándolo de mi desviada conducta. Al ver a Jorge asustado y superado por aquella inesperada situación decidí hacer frente al loco de mi padre e intenté que se callase o dirigiera sus insultos hacia mí. Estaba desatado, completamente fuera de sí, e incluso intentó agredirle. La gente, escandalizada ante tanto gritó, llamó a la policía y nos detuvieron a los dos: a mi padre y a mí. El pobre Jorge, como pudo, presentó el proyecto ante el pleno. Le resultó tremendamente complicado porque necesitábamos un voto más para conseguir nuestro objetivo, sólo uno más; pero él, no sé cómo, consiguió que nos adjudicasen la obra.
-         ¿Y dónde está el problema?- le pregunté extrañado-. Deberíais estar contentos, ¿no era eso por lo que tanto habíais luchado?
-         Sí, aunque creo que pasó algo en aquel pleno, algo que no me ha querido contar. No creo que se marchase sólo porque mi padre le insultase.

           En ese momento se vino abajo, su entereza se rompió en mil pedazos y comenzó a llorar como un niño. Entre sollozos se preguntaba qué malo había hecho él para merecerse todo eso, ahogado en un mar de lágrimas se maldecía una y otra vez golpeándose la cabeza con sus manos. Yo, al verle de aquella manera, exploté. No pude aguantar más. Cogí mi coche y me fui directo a la casa de su padre para hablar con él, quería acabar con toda aquella agonía de una vez.
         Cuando llegué a su piso comencé a golpear con fuerza la puerta. Supongo que sus padres al oírme llegar tan agitado decidieron no abrirla; pero yo insistí, golpeé y golpeé aquella dichosa puerta hasta que mis nudillos comenzaron a sangrar. Viendo mi inútil intento y visiblemente desquiciado, cogí el extintor que había junto al ascensor y la golpeé con todas mis fuerzas. Con aquel tremendo golpe abrí un pequeño boquete en la puerta de madera, realizando a su vez una  fisura en el extintor que liberó una espesa nube de polvo y espuma que envolvió toda la escalera. Sin apenas darme cuenta y sin tener noción realmente del tiempo me encontré en el calabozo de comisaría acusado de intento de agresión; dictando el juez por medio de un juicio rápido que se me aplicó a la mañana siguiente, una orden de alejamiento de quinientos metros.
           A partir de aquí mi vida dio un giro de ciento ochenta grados. Me quedé sin trabajo; mi jefe me despidió avergonzado por la negativa repercusión que podría tener sobre la inmobiliaria la noticia de mi vandálica acción. De rebote, tampoco podía ver a mis padres; el hecho de que viviesen justo debajo de los padres de Berto y la orden de alejamiento impedía que me pudiese acercar a mi propia casa. Y además, Berto completamente destrozado. Total, ¡una mierda!
           En cambio puedo deciros que no estaba arrepentido de nada, me daba igual el trabajo, sus padres y toda la desidia que rodeaba esta interminable historia. En mi mente no había otra cosa que la felicidad de Berto, pretendía tanto sobreprotegerle que dejé a un lado mi vida. Ángeles, sorprendida por el rumbo que habían tomado todos aquellos acontecimientos, intentó poner un poco de cordura.
-         José, explícame qué está pasando- me dijo muy seria.
-         Lo sabes muy bien, sólo pretendo ayudar a Berto.
-         ¿Y cómo pretendes hacerlo? – me gritó muy alterada-. Tirando por la borda la tuya. Has perdido el trabajo y te han fichado en comisaría, ¿no crees que ya has llegado muy lejos?
-    Siento que no lo comprendas, tenía que hacerlo. No podía dejarlo solo.
-         A quien estás dejando completamente sola es a mí, hace mucho tiempo que no me hablas, que no me besas. Te crees que puedes ser el superhéroe del mundo gay y te equivocas. Está bien que ayudes a un amigo, pero en la vida hay otras personas a tu alrededor que también te necesitan.
-         ¿Estás celosa?
-         José, si de verdad piensas eso es porque realmente eres tonto. Quiero a Berto tanto como tú, pero me preocupa que no te acuerdes que ahora tendremos que hacer frente a una hipoteca con un solo sueldo. Sé que él tiene sus problemas, pero nosotros también tenemos los nuestros. Todo el mundo tiene problemas y tú no puedes resolverlos todos.
-         Ya, pero un día le fallé y no quería que volviese a suceder.
-         ¿Y vas a estar toda la vida castigándote por ello? ¿No crees que ya va siendo hora de superar aquello?- me dijo llorando-. ¿Todavía no te has dado cuenta?
-         ¿Cuenta de qué?- le contesté cansado de escuchar tanta reprimenda.
-         De que estoy embarazada. Vas a ser padre y ni tan siquiera te has dado cuenta.

    Ella se marchó al dormitorio llorando, y por segunda vez en mi vida me sentí tremendamente mal. Ésta, junto a la fatídica noche que me peleé con Berto, fue una de las peores de mi caótica vida. Ángeles llevaba razón, mucha razón; había dejado a un lado todo intentando ayudar a mi amigo. Había llevado mi antiguo sentimiento de culpa hasta un extremo insostenible. Iba a ser padre y ni tan siquiera me había percatado de ello, estaba tan ciego por las injusticias que sufría Berto que ahora era yo el que resultaba tremendamente injusto con ella, con mi mujer.
  Me daba vergüenza entrar en el dormitorio y mirarla a la cara. No encontraba la palabra idónea para pedirle disculpas, para explicarle que sentía profundamente no haber adivinado que la mujer a quien más amaba se iba a convertir en breve en la madre de Hijo mío, y como veréis lo escribo con mayúsculas porque esto es lo que más he deseado en la vida: un Hijo. Sé que puedo parecer egoísta, pero es que en aquel momento lo fui. Puede que no lo hiciese solamente por Berto, puede que lo hiciese también por mí, por limpiar mi sentimiento de culpa. Puede que sumergido en esas terribles ganas de agradar a alguien a quien fallé  descuidase a esa persona tan importante que compartía la vida conmigo, la misma que me regaló aquel beso mágico que Berto tanto buscaba, la misma que me iba a hacer padre.
  Esa mágica noticia, ser padre, se convirtió en un inesperado miedo a perderlo todo, a una inseguridad por verme solo, a perderla a ella. Lentamente recorrí el pasillo que conducía hasta nuestro dormitorio y vestido, sin perder tiempo en desnudarme, me acosté junto a ella, y la abracé…, y la estreché entre mis brazos…, y lloré. Sentí pánico al abismo de la soledad y me aferré a ella con todas mis fuerzas, besé su espalda, su cuello, su pelo, su todo. Con aquellas caricias intenté disculpar mi descuido, mi falta de atención, mi no ser yo, mi no ser ella… Intenté explicarle con cada una de las lágrimas de mis ojos que me hacía el hombre más feliz del mundo, que nunca pretendí dejarla de lado; y ella con una simple caricia de su mano sobre mi mejilla contestó a todas mis dudas. Otra vez su eterna serenidad me embargó, otra vez me hizo sentir que mi elección fue la correcta, que ella era la mujer acertada, la madre perfecta para tener a mi Hijo, siempre con mayúsculas.

martes, 27 de abril de 2010

LA NOVELA; OCTAVA PARTE:


         La Boda.
         Tras tres meses de intensos preparativos y de los típicos nervios por parte de la novia, llegó el último fin de semana de soltero. Berto se empeñó en llevarme una noche de marcha para despedir mi soltería, pero…, como comprenderéis, con sólo dos personas no iba a resultar una fiesta inolvidable. Pero cualquiera le decía que no y acepté.
         Fue un viernes noche, y pasó a recogerme con su coche puntualmente. Me dijo que me llevaría a un lugar tranquilo a tomar unas copas y puso rumbo a la capital. Tras unos cuarenta minutos llegamos al sitio en cuestión: El Cielo. ¡Sí! Así se llamaba aquel local; o al menos eso es lo que ponía en el descomunal letrero de neón azul que había sobre la entrada.
        Aquello aparentemente parecía una discoteca y junto a su puerta merodeaba un gigantesco hombre de raza negra, un auténtico armario empotrado. Nunca había visto nada igual, músculos por aquí y por allá; una bestia humana. Yo, como confiaba plenamente en Berto, me dejé llevar y le acompañé hasta la puerta.
-         ¡Buenas noches!- saludó Berto intentando agradar a aquel gigantón.
-         Documentación- se limitó a decir con cara de pocos amigos.
-         ¡Tome!- contestó Berto   enseñándole su carné de identidad.
-         Puede pasar- asintió el vigilante a la misma vez que le abría la puerta. Yo en cambio me quedé allí, solo ante él, y os aseguro que no resultaba la mejor manera de empezar una noche de fiesta-. ¡Usted! Déme su carné- me pidió sin mostrar ni una pizca de amabilidad.
-         Claro que sí, tome. Aquí lo tiene- le contesté esbozando una sonrisa de anuncio de dentífrico, intentando mostrarme lo más simpático posible.
-         ¿Es usted José?- preguntó.
-         Sí, ¿Por qué?
-         Acompáñeme.

           Yo le seguí por otra puerta distinta a la que uso Berto. A través de un pasillo completamente oscuro; cuando de pronto, inesperadamente, alguien me sujeto bruscamente por detrás. No sabía qué sucedía, pero sin apenas darme cuenta otra persona comenzó a quitarme la ropa y el calzado. Yo grité asustado. Chillé hasta que la grave voz de aquel musculoso negro me dijo:
-         ¡Si sigues gritando te mato!
     Como comprenderéis quedé en silencio tras escuchar sus amenazantes palabras y pensé que querrían robarme o algo parecido; o que, posiblemente, me habrían confundido con otra persona. Pero puedo aseguraros que estaba aterrorizado y no sabía qué hacer. Después me obligaron a sentarme en una silla amenazándome con un objeto frío y afilado sobre mi cuello. Todo seguía muy oscuro y me preguntaba una y otra vez dónde se habría metido el pobre Berto
     La respuesta a mi angustiada pregunta la adiviné escasos segundos después. Pues…cuando creía que aquello era el comienzo de alguna jodida historia, se abrió el telón. Y allí estaba yo, en medio de un escenario y rodeado de cientos de ángeles gritando:
-         ¡Sorpresa! ¡Sorpresa!
    Me encontraba en una inesperada fiesta que Berto  había preparado en secreto con todos sus amigos de la universidad. Y claro que me desnudaron en un cuarto oscuro, pero fue para vestirme de demonio; y sobre mi cuello, aquello que yo creí un cuchillo que me amenazaba mortalmente, era simplemente un tridente de juguete haciendo juego con mi bonito disfraz.
    La música comenzó a sonar y todo el mundo se puso a bailar alrededor mío felicitándome, uno tras otro, por mi inminente matrimonio. Resultaba gente encantadora, desinhibida, donde cada uno iba a su rollo y resultaba indiferente si bailabas bien o mal. Sí realmente existía algún lugar en la Tierra que se pareciese el cielo era aquel, pues  aquellas incandescentes luces azules repartidas por todo el local y  el agradable clima de cariño que se respiraba le daban un ambiente casi celestial. Todos vestían igual, con un imponente braguero de plumas blancas a juego con sus coquetas alitas. Nunca estuve en un lugar donde hubiese tanta gente disfrutando de la compañía de los demás, parecía que me conocían de toda la vida y, la verdad, me hicieron pasar una noche inolvidable. Aunque el punto culminante de la fiesta fue un estriptis que me hizo aquel musculoso vigilante negro que me encontré en la entrada, el mismo que trató de intimidarme al llegar. Al final resultó ser un verdadero y sensual artista.
    Creo que nunca olvidaré aquella noche en “El Cielo”, con tanto ángel y tanta pluma. Resultó mágica, y para mí fue la despedida de solteros perfecta.

Bueno, dejando atrás esa macro-fiesta, llegó el momento de ultimar los preparativos de la iglesia. Los días esa semana pasaron volando, como si tuviesen menos de veinticuatro horas. Quedaban tan sólo dos para la boda, y mientras Berto y Ángeles elegían las flores para el altar, yo quedé en reunirme con el cura en la sacristía; me había llamado por teléfono rogándome que me acercase para hablar con él.
-         ¡Buena tardes, don Pedro!- le dije al verle.
-          Hola, José. ¡Madre mía, cómo ha pasado el tiempo!- dijo sonriendo-. Parece que fue ayer cuando corríais por aquí jugando.
-         ¡Sí! Qué buenos tiempos aquellos en los que Berto y yo éramos sus monaguillos.
-         Sí…, desde luego- asintió haciendo un gesto raro con los ojos.
-         Bueno, dígame para qué quería verme- le pregunté.
-         Escucha, José, intentaré no andarme por las ramas- dijo más serio-. Creo que deberías cambiar de padrino.
-         ¿Por qué? Ángeles está de acuerdo y su padre no se ha enfadado.
-         No, no es por su padre. Es por Berto, creo que no reúne las condiciones adecuadas para ser el padrino en un acto litúrgico.
-         ¿De qué me está hablando?
-         Sabes muy bien de qué te estoy hablando. Berto vive en pecado y no puede participar en ningún acto religioso. Ni tan siquiera puede comulgar. ¿Debes buscarte otro padrino?
-         Pero, don Pedro, usted lo conoce bien y sabe que es un buen chico. Además, nos hemos criado juntos, como hermanos, y me hace especial ilusión que sea él.
-         Lo siento, pero no puedo- me dijo sin tan siquiera pensárselo.
 
           Yo quedé momentáneamente en silencio, sin poder creer lo que estaban escuchando mis oídos. Aquel hombre nos conocía perfectamente y toda la conversación que mantuvimos estaba fuera de lugar. Él sabía que no existía nadie que se mereciese más ser mi padrino, y exploté.
-         ¡Berto será mi padrino!- le dije amenazante-. Y usted me va a casar pasado mañana. El sábado, cuando Berto entre por esa puerta acompañando a la que va a ser mi mujer, usted lo recibirá con la mejor de sus sonrisas. ¿Me entiende? Porque si no le prenderé fuego a esta iglesia con usted dentro. Porque si no le montaré el mayor escándalo que haya vivido nunca la iglesia. ¡Usted me casará!- le insistí-. Y no se preocupe por si Dios le castiga, ya me encargaré yo de ir al infierno por usted. No creo que le importe que un buen amigo sea mi padrino cuando su hijo, Jesús, iba siempre rodeado de hombres, de doce más concretamente, de todos sus discípulos; tanto de día como de noche. Y usted, en mi boda, hará como Él: acompañará a sus antiguos discípulos con alegría, a sus antiguos monaguillos; esos mismos que le robaban las galletas de chocolate sin que usted se enterase, esos mismos que pasaron parte de su infancia jugando entre estos viejos muros. Y al terminar, usted, al igual que hizo Jesús, pondrá su mejilla para que se la bese, y yo haré igual que hizo Judas: le daré un falso beso, un cínico gesto que se clavará en su piadoso corazón. Así le pagaré el día de mi boda, con un beso de Judas.

             Aquella desatada respuesta le dejó mudo. Supongo que no se esperaba que le hablase de esa forma tan airada. Supongo que pensó que podría refugiarse bajo su sotana de cura.
-         José, entiéndelo. No te enfades- dijo apurado.
-         Don Pedro, yo no me enfado. Solamente le digo que si usted estropea el día más feliz de mi vida, nunca… ¡Escúcheme bien! Nunca podrá decir que es usted una buena persona ni un buen cristiano.

      Él quedo callado de nuevo, sin palabras. Sabía que yo llevaba razón aunque su doctrina rezaba todo lo contrario. Ahora sería él el que debería estar dos noches en vela pensando qué hacer, en ese momento estaba la pelota en su tejado, porque lo que yo tenía clarísimo es que el sábado, a las seis de la tarde, don Pedro me casaría. Por la buenas o… por las malas.  
     Como comprenderéis no le dije nada a Ángeles ni a Berto, decidí que con que lo supiese yo ya era suficiente; solamente conseguiría empeorar más las cosas. De todas formas creía que conocía bien a aquel sacerdote, siempre había sido un hombre bastante coherente y pensaba que aquel día también lo sería.

    Por fin llegó la esperada fecha: el ansiado día de la boda. Yo, impecablemente trajeado, esperaba a la novia en el interior de la iglesia, junto al altar. Los invitados me miraban atentamente buscando algún resquicio de nerviosismo en mi persona, aunque, no sé por qué extraña razón, me encontraba tranquilo, muy relajado. De vez en cuando metía la mano en el bolsillo de mi pantalón para comprobar si seguía allí una pequeña caja que había guardado.
A las seis en punto, cuando las campanas comenzaron a repicar el último cuarto que anunciaba el comienzo de la misa, apareció ella. Una angelical figura encaró lentamente el pasillo central de la iglesia provocando que mis abrumados ojos se clavaran sobre ella como si fuesen la primera vez que la contemplasen. Estaba pletórica, y pensé que ni la más hermosa princesa de este mundo podía rivalizar con ella en elegancia y finura. Un sinuoso velo caía sobre su cara dejando delicadamente asomarse su aterciopelada sonrisa. Sus pasos hacía mí fueron aumentando mis palpitaciones que, poco a poco, segundo a segundo, se fundieron en un abrumador nerviosismo que provocaron mis primeros temblores. Yo, en un acto nervioso, sin poder disimular que estaba hecho un manojo de nervios, continuaba toqueteando con la punta de mis dedos aquella pequeña caja que llevaba en mi bolsillo…
    Junto a ella venía acompañándola Berto, que muy señorial hacía las veces de padrino. Su orgulloso y estirado porte parecía decir: aquí estoy yo, junto a la novia más guapa del mundo. Y, aunque yo no podía de dejar de mirar a Ángeles, debo decir que los instantes que me fijé en él también me llenaron de gozo porque nunca antes lo había visto tan ilusionado.
     Una vez que llegaron a mi altura, junto al floreado altar, se fueron colocando cada uno en su lugar correspondiente. La música nupcial dejó de sonar y tan sólo faltaba que saliese el cura para oficiar la misa. Yo, sabiendo la tensa conversación que habíamos mantenido días atrás, me empecé a impacientar ante su ausencia. Tuvieron que pasar unos interminables segundos para que por fin decidiese aparecer. Se presentó con la mejor toga que tenía en su armario, una de color verde con bordados en oro que sólo usaba para los actos más solemnes como las misas del gallo o las contadas visitas del obispo. Se dirigió hacia el altar con paso decidido, y como yo le recomendé, con una de sus mejores sonrisas.
   La verdad es que aquel hombre se comportó de una forma excepcional, y ofició una de las misas más bonitas que yo recuerdo. Se volcó de lleno en aquel acto litúrgico provocando varias veces los aplausos de los asistentes. Ya os digo, ¡una maravilla!
   Al terminar la misa y tras las oportunas fotos de rigor, me acerqué a la sacristía para agradecerle el esmero y el cariño con que nos había casado; era lo menos que podía hacer después de haberle hablado tan groseramente la última vez:
-         Muchas gracias, don Pedro. Espero que sepa disculpar mi actitud del otro día.
-         ¿Qué actitud? –me preguntó con cara de extrañeza-. Si alguien tiene que disculparse, ese soy yo.
-         No le entiendo. Pero si fui yo quien…
-         ¡Tranquilo, José! Hay veces que uno se encierra tanto en sus creencias que olvida el lado humano de la vida. Piensa que los sacerdotes somos simples corderos de un amplio rebaño guiado por su pastor, un ganado que no es libre para pastar a sus anchas, sino que transita por el camino que previamente tiene marcado. Si algún de ellos rompe esa armonía y se sale del rebaño, rápidamente vendrá el perro del pastor para encauzarle otra vez por su sendero. Yo, hoy, sólo he sido eso: un pobre cordero descarriado, aunque no creo que venga ningún perro para ayudarme a encontrar el camino. Supongo que yo solo deberé buscar de nuevo esa difícil ruta que nos marca el Señor, ese inexplicable camino que a veces sigo sin llegar a entender por qué debe recorrerse.

           Yo escuché aquella escueta explicación sin poder dejar de mirar sus tristes ojos, sin saber a quién debía darle las gracias: si a aquella persona que tenía ante mí, un pobre sacerdote que dudaba de sus más profundas convicciones; o a un hombre sincero que un día, exactamente a las seis de la tarde, decidió reencontrarse consigo mismo.
-         ¡Sabía que no me fallaría!- le confesé emocionado-. Usted siempre ha sido una buena persona.
-         Yo también sabía que no hablabas en serió la otra tarde. Imagino que no le ibas a prender fuego a la iglesia. ¿Verdad?
     
          Entonces, un poco avergonzado y sin llegar a contestarle, introduje la mano en mi bolsillo y saqué la pequeña caja que llevaba guardada; esa misma que estuve toqueteando nerviosamente  antes de comenzar la misa. Después, mientras abandonaba lentamente la sacristía, la dejé sobre una mesa que había junto a la salida. ¡Sí! Cómo bien estaréis pensando, se trataba de una caja de cerillas. Y sí, estaba dispuesto a usarla junto a una botella de gasolina que había escondido bajo el asiento del confesionario si llega a aparecer el cura con el que hablé días atrás, aquel tan soberbio que se había olvidado de escuchar a su noble corazón. Por suerte, el sacerdote que vino a casarme no era esa misma persona con la que yo discutí, por suerte éste era mucho más cordial, el mismo que conocimos cuando éramos unos infantiles monaguillos…