miércoles, 28 de abril de 2010

LA NOVELA; NOVENA PARTE:


           Su madre.
            La vida continuó con un imparable transcurso dónde los días pasaban vertiginosamente ante nuestras narices agotando el caduco calendario. Nuestra boda quedó atrás y con ella unos momentos inolvidables.
         El estudio de arquitectos de Berto y Jorge funcionaba de maravilla, hasta el punto que el ayuntamiento les encargó el proyecto del nuevo puente de la ciudad y si conseguían adjudicárselo supondría una importante inyección económica para su empresa. No obstante, a pesar de tanta buena noticia, Berto seguía con una pequeña espina clavada: su madre. No podía quitársela de la cabeza, y aunque la llamaba constantemente por teléfono, nunca pudo hablar con ella.
         Una tarde, sin haberlo pensado previamente, se me ocurrió pasarme por la casa de sus padres. Yo estaba visitando a mi madre y pensé que, tal vez, podía poner un poco de cordura en aquella tensa relación. Decidí subir aquellos treinta y tres escalones, unos peldaños que aquel día me parecieron un auténtico abismo, como un escalpado camino hacía un monte llamado Calvario, el mismo que estaba padeciendo en sus carnes mi buen amigo Berto.
        Una vez estuve ante su puerta, y tras un tenso debate conmigo mismo sobre si debía llamar al timbre o no, salió su madre:
-         ¿Qué haces aquí, José?- me preguntó sorprendida al verme hecho un pasmadote ante su puerta.
-         Quería hablar con usted.
-         ¡Claro que sí! Pasa, hijo. No te quedes ahí- me dijo mientras me agarraba del brazo y me acompañaba hasta la cocina-. ¿Tú dirás, José?
-         Es sobre Berto, lo está pasando muy mal. Me ha dicho que ha llamado varias veces, pero usted no le coge nunca el teléfono- ella agachó la cabeza y permaneció en silencio, sin querer aclarar mis innumerables dudas. Mostrando una actitud fría y desinteresada-. Es su hijo, y creo que están perdiendo un tiempo muy valioso para disfrutar el uno del otro. No hay nada en el mundo como el cariño de una madre.
-         Berto nos ha defraudado, tanto a su padre como a mí. Nunca esperábamos que nos pagase así todo el esfuerzo que hemos hecho por él. Nos hemos sacrificado durante años para poder darle unos estudios y luego aparece por aquí con otro hombre diciendo que es su novio. ¡Qué vergüenza!
-         ¿Vergüenza…, por qué?
-          Porque no ha querido ser un hombre normal y corriente. Nos ha deshonrado a toda la familia. Desde entonces su padre no ha pisado el bar para no tener que escuchar el cachondeo de sus amigos. Seguro que ya sabrán todos que a su hijo le gustan los hombres.
-         ¿Y le importa a su padre lo que piensen sus amigos más que lo que sienta su hijo?- le recriminé.
-         Claro que sí, y a mí también me importa. A nadie le agrada tener un homosexual en su casa. Piensa que hasta su hermano podría perder el trabajo en la concejalía si todo esto saliese a la luz. Él si que es un hombre hecho y derecho, con unos principios, respetado en el ayuntamiento y por todo el pueblo; no como Berto, que solamente nos ha traído vergüenza y escándalo.
-         No me puedo creer lo que estoy escuchando. La miro y no la reconozco. Yo todavía no he tenido la suerte de tener un hijo, pero lo que si tengo muy claro es que cuando sea padre lo apoyaré incondicionalmente. Sin importarme con quién quiera compartir su vida, sin pedir explicación alguna; en mí encontrará a su primer amigo, a su mejor confidente. Y gritaré orgulloso a los cuatro vientos que soy su padre; tanto si es heterosexual como si no. E incluso puede que me volcase más con él si fuese gay, trataría de acercarme más a su vida, a sus inquietudes y amores.
-         Es muy fácil decirlo cuando no se sufre en tus carnes. Desde lejos todo resulta
-         mucho más sencillo.
-         ¡Ya lo sufrí!- le grité-. ¡Ya lo sufrí! Y me arrepentiré toda la vida por haberle dado de lado aquella asquerosa noche. Pero por suerte he sabido comprenderle a tiempo para poder seguir saboreando su amistad, para poder recuperar a esa persona que siempre he querido como a un hermano. Y le voy a decir una cosa: estoy muy orgulloso de ser su mejor amigo. Para mi es un lujo que sea una parte importante de mi vida, un regalo que Dios ha puesto en mi camino, y no pienso dejarle nunca solo. Es muy fácil ser padre cuando los hijos no tienen problemas, cuando todo viene sobre ruedas. Le diré una cosa, siempre he creído que una verdadera madre es la que quiere lo que quiere su hijo, la que le acompaña en sus alegrías y la que nunca le abandona en sus tristezas. Yo mataría por un hijo, recorrería descalzo el mundo por un camino de afilados cristales si hiciese falta, pero nunca, nunca le dejaría solo.

     Ella calló, su boca no articuló palabra alguna, y ese estremecedor silencio que tanto detesto abrió un inmenso abismo entre los dos. Supuse que era el momento de marcharme, de huir de aquella guarida de incomprensión. Aunque en mi interior aún albergaba una pequeña esperanza de que ella, en algún momento, me detuviese arrepentida mientras encaraba el pasillo hacia la salida, que me llamase angustiada para que intercediese ante su hijo. Pero no, ese instante no llegó y me marché completamente desolado, sin entender de qué pasta estaban hechas las entrañas e de aquella mujer.
    Como comprenderéis nunca dije nada a Berto sobre la conversación que mantuve con su madre, él ya tenía bastante con su cruda realidad y no quería echar más leña a la terrible hoguera de su depresión, por lo que dejé que los días transcurriesen sin más. Sé que aquello no era la solución ideal, pero es que no encontré la manera de poder ayudarle con su problema familiar. Sabe Dios que me hubiese cambiado por él, que me habría puesto aquellos días en su lugar para que no sufriese tanto; aunque la dura realidad me privaba de esa posibilidad.
    Varias semanas después, al llegar una noche a casa completamente derrotado tras un agotador día de trabajo, me encontré a Ángeles muy preocupada.
-         ¿Qué sucede?- pregunté.
-         Ha venido Berto- me respondió en voz baja, evitando que la escuchase-. Está en el salón, completamente destrozado porque Jorge le ha dejado.
-         Está bien, hablaré con él- contesté cansado. Menuda noticia para terminar el día, justo lo que le faltaba para acabar de hundirlo. Entonces, después de quitarme el abrigo, me senté en el sofá junto a él-. ¿Qué pasa, Berto? ¿Por qué se ha marchado?
-         Jorge se ha cansado de aguantar tantas impertinencias y se ha ido. ¡Sabía que sucedería! Lo veía venir.
-         Pero, ¿por qué?
-         Ayer era nuestro gran día, teníamos que presentar en el pleno del ayuntamiento nuestro proyecto para la nueva pasarela del río, pero al llegar nos encontramos en la entrada a mi padre… y se armó el lío. Comenzó a insultar a Jorge delante de todo el mundo, llamándole repetidamente pervertido y culpándolo de mi desviada conducta. Al ver a Jorge asustado y superado por aquella inesperada situación decidí hacer frente al loco de mi padre e intenté que se callase o dirigiera sus insultos hacia mí. Estaba desatado, completamente fuera de sí, e incluso intentó agredirle. La gente, escandalizada ante tanto gritó, llamó a la policía y nos detuvieron a los dos: a mi padre y a mí. El pobre Jorge, como pudo, presentó el proyecto ante el pleno. Le resultó tremendamente complicado porque necesitábamos un voto más para conseguir nuestro objetivo, sólo uno más; pero él, no sé cómo, consiguió que nos adjudicasen la obra.
-         ¿Y dónde está el problema?- le pregunté extrañado-. Deberíais estar contentos, ¿no era eso por lo que tanto habíais luchado?
-         Sí, aunque creo que pasó algo en aquel pleno, algo que no me ha querido contar. No creo que se marchase sólo porque mi padre le insultase.

           En ese momento se vino abajo, su entereza se rompió en mil pedazos y comenzó a llorar como un niño. Entre sollozos se preguntaba qué malo había hecho él para merecerse todo eso, ahogado en un mar de lágrimas se maldecía una y otra vez golpeándose la cabeza con sus manos. Yo, al verle de aquella manera, exploté. No pude aguantar más. Cogí mi coche y me fui directo a la casa de su padre para hablar con él, quería acabar con toda aquella agonía de una vez.
         Cuando llegué a su piso comencé a golpear con fuerza la puerta. Supongo que sus padres al oírme llegar tan agitado decidieron no abrirla; pero yo insistí, golpeé y golpeé aquella dichosa puerta hasta que mis nudillos comenzaron a sangrar. Viendo mi inútil intento y visiblemente desquiciado, cogí el extintor que había junto al ascensor y la golpeé con todas mis fuerzas. Con aquel tremendo golpe abrí un pequeño boquete en la puerta de madera, realizando a su vez una  fisura en el extintor que liberó una espesa nube de polvo y espuma que envolvió toda la escalera. Sin apenas darme cuenta y sin tener noción realmente del tiempo me encontré en el calabozo de comisaría acusado de intento de agresión; dictando el juez por medio de un juicio rápido que se me aplicó a la mañana siguiente, una orden de alejamiento de quinientos metros.
           A partir de aquí mi vida dio un giro de ciento ochenta grados. Me quedé sin trabajo; mi jefe me despidió avergonzado por la negativa repercusión que podría tener sobre la inmobiliaria la noticia de mi vandálica acción. De rebote, tampoco podía ver a mis padres; el hecho de que viviesen justo debajo de los padres de Berto y la orden de alejamiento impedía que me pudiese acercar a mi propia casa. Y además, Berto completamente destrozado. Total, ¡una mierda!
           En cambio puedo deciros que no estaba arrepentido de nada, me daba igual el trabajo, sus padres y toda la desidia que rodeaba esta interminable historia. En mi mente no había otra cosa que la felicidad de Berto, pretendía tanto sobreprotegerle que dejé a un lado mi vida. Ángeles, sorprendida por el rumbo que habían tomado todos aquellos acontecimientos, intentó poner un poco de cordura.
-         José, explícame qué está pasando- me dijo muy seria.
-         Lo sabes muy bien, sólo pretendo ayudar a Berto.
-         ¿Y cómo pretendes hacerlo? – me gritó muy alterada-. Tirando por la borda la tuya. Has perdido el trabajo y te han fichado en comisaría, ¿no crees que ya has llegado muy lejos?
-    Siento que no lo comprendas, tenía que hacerlo. No podía dejarlo solo.
-         A quien estás dejando completamente sola es a mí, hace mucho tiempo que no me hablas, que no me besas. Te crees que puedes ser el superhéroe del mundo gay y te equivocas. Está bien que ayudes a un amigo, pero en la vida hay otras personas a tu alrededor que también te necesitan.
-         ¿Estás celosa?
-         José, si de verdad piensas eso es porque realmente eres tonto. Quiero a Berto tanto como tú, pero me preocupa que no te acuerdes que ahora tendremos que hacer frente a una hipoteca con un solo sueldo. Sé que él tiene sus problemas, pero nosotros también tenemos los nuestros. Todo el mundo tiene problemas y tú no puedes resolverlos todos.
-         Ya, pero un día le fallé y no quería que volviese a suceder.
-         ¿Y vas a estar toda la vida castigándote por ello? ¿No crees que ya va siendo hora de superar aquello?- me dijo llorando-. ¿Todavía no te has dado cuenta?
-         ¿Cuenta de qué?- le contesté cansado de escuchar tanta reprimenda.
-         De que estoy embarazada. Vas a ser padre y ni tan siquiera te has dado cuenta.

    Ella se marchó al dormitorio llorando, y por segunda vez en mi vida me sentí tremendamente mal. Ésta, junto a la fatídica noche que me peleé con Berto, fue una de las peores de mi caótica vida. Ángeles llevaba razón, mucha razón; había dejado a un lado todo intentando ayudar a mi amigo. Había llevado mi antiguo sentimiento de culpa hasta un extremo insostenible. Iba a ser padre y ni tan siquiera me había percatado de ello, estaba tan ciego por las injusticias que sufría Berto que ahora era yo el que resultaba tremendamente injusto con ella, con mi mujer.
  Me daba vergüenza entrar en el dormitorio y mirarla a la cara. No encontraba la palabra idónea para pedirle disculpas, para explicarle que sentía profundamente no haber adivinado que la mujer a quien más amaba se iba a convertir en breve en la madre de Hijo mío, y como veréis lo escribo con mayúsculas porque esto es lo que más he deseado en la vida: un Hijo. Sé que puedo parecer egoísta, pero es que en aquel momento lo fui. Puede que no lo hiciese solamente por Berto, puede que lo hiciese también por mí, por limpiar mi sentimiento de culpa. Puede que sumergido en esas terribles ganas de agradar a alguien a quien fallé  descuidase a esa persona tan importante que compartía la vida conmigo, la misma que me regaló aquel beso mágico que Berto tanto buscaba, la misma que me iba a hacer padre.
  Esa mágica noticia, ser padre, se convirtió en un inesperado miedo a perderlo todo, a una inseguridad por verme solo, a perderla a ella. Lentamente recorrí el pasillo que conducía hasta nuestro dormitorio y vestido, sin perder tiempo en desnudarme, me acosté junto a ella, y la abracé…, y la estreché entre mis brazos…, y lloré. Sentí pánico al abismo de la soledad y me aferré a ella con todas mis fuerzas, besé su espalda, su cuello, su pelo, su todo. Con aquellas caricias intenté disculpar mi descuido, mi falta de atención, mi no ser yo, mi no ser ella… Intenté explicarle con cada una de las lágrimas de mis ojos que me hacía el hombre más feliz del mundo, que nunca pretendí dejarla de lado; y ella con una simple caricia de su mano sobre mi mejilla contestó a todas mis dudas. Otra vez su eterna serenidad me embargó, otra vez me hizo sentir que mi elección fue la correcta, que ella era la mujer acertada, la madre perfecta para tener a mi Hijo, siempre con mayúsculas.

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