viernes, 13 de agosto de 2010

CARTA A GARCÍA


"Las gentes que nunca hacen más de lo que se les paga, nunca obtienen por pago más de lo que hacen"

Elbert Hubbard.


UNA CARTA A GARCÍA

Hay un hombre cuya actuación en la guerra de Cuba culmina en los horizontes de mi memoria como culmina un astro en su perihelio.

Sucedió que cuando hubo estallado la guerra entre España y los Estados Unidos, palpóse clara la necesidad de una inteligencia inmediata entre el Presidente de la Unión Americana y el General Calixto García. ¿Pero cómo hacerlo? Hallábase García en esos momentos, Dios sabe dónde, en alguna serranía perdida en el interior de la isla... Era preciosa su cooperación. Pero ¿Cómo hacer llegar a sus manos una carta? ¿Qué hacer?

Alguien dice al Presidente: -Conozco a un hombre llamado Rowan. Si alguna persona en el mundo es capaz de dar con García es él: Rowan.

Se busca a Rowan y se le confía la carta que ha de llevar a García y... nada más.

El sujeto que lleva por nombre Rowan toma la carta, se la guarda en una bolsa que cierra contra su corazón, desembarca a los cuatro días en las costas de Cuba, desaparece entre la selva primitiva para reaparecer de nuevo a las tres semanas al otro extremo de la isla, habiendo cruzado territorio hostil y habiendo entregado la carta a García, la historia es larga y cosas hay que no tengo especial interés en narrar aquí. El punto sobre el cual quiero llamar la atención es este: McKinley da a Rowan una carta para que lleve a García. Rowan toma la carta y no pregunta: ¿En dónde podré encontrarlo? Ni alguna otra pendejada solo le lleva la carta a García cumpliendo con su trabajo y deber... y punto.

¡Por Dios vivo! que haya aquí un hombre cuya estatua debería ser vaciada en bronces eternos y colocarle en cada uno de los colegios y universidades del universo. Porque lo que debe ser enseñado a los jóvenes no es esto, o lo de más allá, sino vigorizar, templar su ser integro por el deber, enseñarlos a obrar prontamente, a concentrar sus energías, a llevar la Carta a García.

El General García ya no existe. Pero hay muchos Garcías en el mundo. No alienta un solo hombre de los metidos en empresas y que necesiten de la colaboración de muchos que no se haya quedado alguna vez estupefacto ante la imbecilidad del común de los hombres, ante su abulia.

Inatención culpable, trabajo a medio hacer, desgreño, indiferencia, parece ser la regla general... Sin embargo, no se puede tener éxito si no se logra por un medio o por otro obtener la colaboración completa de los subalternos, a menos que Dios en su bondad obre un milagro y envíe un Ángel de Luz como ayudante.

El lector puede poner a prueba mis palabras: llame a uno de los muchachos y empleados que trabajan a sus ordenes y dígale: "Consulte usted la enciclopedia y haga el favor de sacarme un extracto de la vida de Correggio". ¿Cree usted que su ayudante le dirá: " Si señor" y pondrá manos a la obra?

Pues no lo crea. Le lanzará una mirada vaga y le hará una o varias de las siguientes preguntas:

¿Quién era él?

¿En qué enciclopedia busco eso?

¿Está Usted seguro de que eso está entre mis deberes?

¿No será la vida de Bismark la que usted necesita?

¿Por qué no ponemos a Carlos a que busque eso?

¿Necesita Usted de ello con urgencia?

¿Quiere que le traiga el libro para que usted mismo busque allí lo que necesita?

¿Y para qué quiere saber eso?

Apuesto diez contra uno a que después de que usted haya respondido íntegramente el anterior cuestionario y haya explicado el modo de verificar la información y para qué la necesita usted, el prodigioso ayudante se retirará y buscará otro empleado que le ayude a buscar a García y regresará luego a informarle que tal hombre jamas existió en el mundo.

Puede suceder que yo pierda mi apuesta pero si la ley de los promedios es cierta, no la perderé. Y si usted es un hombre cuerdo no se tomará el trabajo de explicarle a su ayudante que Correggio se busca en la C y no en la K, se sonreirá usted suavemente y le dirá "Dejemos eso" Y buscará usted personalmente lo que necesita averiguar... Esta incapacidad para la acción independiente, esta estupidez moral, esta atrofia de la voluntad, esta mala gana para tomar y remover por si mismo los obstáculos, es lo que retarda el bienestar colectivo de la sociedad. Y si los hombres no obran para su provecho personal, ¿qué harán cuando el beneficio de su esfuerzo sea para todos?

Se palpa la necesidad de un capataz armado con garrote. El temor de ser despedidos el sábado por la tarde es lo único que retiene a muchos trabajadores en su puesto. Ponga usted un aviso solicitando un secretario, y de cada diez postulantes, nueve no saben ni ortografía, ni puntuación.

¿Podrían tales gentes llevar la carta a García?

En cierta ocasión decía el jefe de una gran fábrica: -¿Ve usted a ese contador que está allí?- ¿Lo veo, y qué? Es un gran contador: pero si lo envío al centro de la ciudad con cualquier otro objeto puede que desempeñe su misión correctamente; pero puede también que en su viaje se detenga en cuatro cantinas, y al llegar a la calle principal de la ciudad haya olvidado absolutamente a qué iba. ¿Podría confiársele a tipo semejante la carta para García?

En los últimos tiempos es frecuente oír hablar con gran simpatía del pobre trabajador víctima de la explotación industrial; del hombre honrado, sin trabajo, que por todas partes busca inútilmente en qué emplearse. Y a todo esto se mezclan palabras duras contra los que están arriba, y nada se dice del jefe de industria que envejece prematuramente luchando en vano por enseñar a ejecutar a otros un trabajo que ni quieren aprender ni les importa; ni de su larga y paciente lucha con colaboradores que no colaboran y que sólo esperan verlo volver la espalda para malgastar el tiempo.

En todo almacén, en toda fábrica, hay una continua renovación de empleados. El jefe despide a cada instante a individuos incapaces de impulsar su industria, y llama a otros a ocupar sus puestos. Y esta escogencia no cesa en tiempo alguno, ni en los buenos ni en los malos. Con la sola diferencia de que cuando hay escasez de trabajo la selección se hace mejor; pero en todo tiempo y siempre el incapaz es despedido: la ley de la supervivencia de los mejores se impone. Por interés propio todo patrón conserva a su servicio solamente a los más hábiles: aquellos capaces de llevar la carta a García.

Y tú ¿serias capaz de llevarle la carta a García?


3 comentarios:

  1. Te respondere de esta forma: Tengo siete empleados en mi propia empresa a los cuales has descrito perfectamente.
    Desde los 14 años abandone el nido familiar para llevarle la carta a Garcia y a día de hoy con 53 años puedo decir que encontré a Garcia un millón de veces, que me forme a mi mismo en la universidad de la vida, que domino tres idiomas casi perfecto y me desenvuelvo en otros tres y que disfruto de una posición bastante desahogada gracias a los Garcias supe encontrar.
    Espero haber contestado a tu pregunta.

    Y callate no me espantes a las morenazas jajaja
    saludos guerrero

    ResponderBorrar
  2. Querido El Cuty:

    Un carta muy larga, sabes algo???, a mi me critican en el Instituto donde trabajo, dicen que cuando me despidan de ahi no me van a hacer un monumento, que soy HARTO pen....ja, pues trabajo por nada, en fin, asi soy yo, ademas es un Instituto de Salud del Gobierno, y acuden personas de muy escasos recursos y dime, como no ayudar a esas personas, aunque me digan Mariposa Errante Teresa de Calcula, no me importa...

    Un beso.

    Como vas???, todo bien???.

    Mariposa Errante.

    ResponderBorrar
  3. Yo si lo he encontrado y muchas veces y me da mucho orgullo cuando lo hago, cuando con dos datos recorro el mundo y les entrego no solo el dato que me pidieron, si no hasta la talla de choninos que usa, ja, ja. pero no todo mundo tiene esa visión es triste, porque me recontraenoja cuando le pregunto algo a una persona y no me sabe dar la respuesta que necesito.

    :D Saludos y buen fin de semana

    ResponderBorrar