Hoy voy a comenzar a publicar para ustedes en pequeños capítulos todos los días una novela de la vida real que escribió un amigo español, en realidad es parte de su vida, no es solo un invento.
Espero que les guste, él la tituló “BIOGRAFÍA DE UN BESO”, se las voy a presentar tal cual la recibí, esta poco larga pero la iremos leyendo poco a poco todos los días, y quien la quiera entera denme su e-mail y se las hago llegar.
Espero la disfruten.
LA NOVELA; PRIMERA PARTE:
“Cuando la amistad arraiga en los más profundo de nuestro corazones, puede ocurrir que dos personas completamente diferentes se conviertan en una sola.”
El principio…
Es la tercera vez que comienzo a escribir esta historia, y debo confesar que con cada uno de estos intentos muere una pequeña parte de mí. Me resulta muy complicado, y la verdad, no sé por dónde empezar ni qué contar. No encuentro la manera de poder explicar a todos los que tengáis la posibilidad de tener esta biografía entre vuestras manos qué es exactamente lo que me sucedió. Tal vez no lo comprendáis, al igual que me sucedió a mí hace algún tiempo; pero si lográis leerlo, sí conseguís llegar hasta su última página, puede que comprendáis que para saborear su lectura no hacen falta sólo los ojos o una atenta mirada a las palabras que aparecen aquí escritas. Debéis intentar leerlo también con el corazón, con ese mismo órgano que a veces nos hace actuar sin sentido, irracionalmente, y sin pensar si está bien o mal lo que se hace.
Si sois capaces de ello, si miráis mucho más allá de donde alcanza vuestra vista, os sentiréis bien, limpios, e incluso puede que inocentes. Saborearéis el placer que yo sentí cuando regalé aquel inesperado beso; porque debéis saber que hay besos que se dan y después, tras ese gentil gesto, siempre se espera algo a cambio. Sin embargo, existen otros que son mucho más bellos, más puros: los que se regalan sin esperar nada más y simplemente son eso, un beso, un fugaz y efímero gesto de amor.
Esta es la biografía de uno de ellos, puede que el más hermoso que haya regalado en toda mi vida.
Y os preguntaréis, ¿qué tiene un beso para ser tan especial? Y yo os contestaré: su historia. En mi vida he regalado muchos besos especiales, besos señalados y grabados a fuego lento sobre mi sensible corazón. Besos como pudieron ser el primero que le di a la mujer que ahora es mi esposa o el acaramelado y tierno beso de mi hija el día que nació. Todos ellos son especiales y nunca los olvidaré; aunque en lo más recóndito de mi ser sabía que algún día llegarían esos esperados momentos, esos mágicos besos.
En cambio, éste del que quiero hablaros nunca sospeché que vendría a mí, y mucho menos que resultaría tan importante en mi vida, que marcaría tanto mi forma de vivir y pensar. Éste, sin haberlo buscado, quedó clavado en la cara más visible de mis recuerdos, de mi angustiada memoria. Nunca pensé que lo revelaría porque ese beso se lo regalé a un amigo. Sí, a un hombre como yo, a otro ser de mi mismo sexo.
Hoy puedo deciros que realmente fue precioso, tal vez el más hermoso que jamás haya regalado, él que más paz y más calma me ha dado. Tal vez, y sólo tal vez…, el que me haya hecho sentir más humano.
Yo, lejos de ocultárselo a mi mujer, le expliqué con todo detalle lo que sucedió; no podía ocultárselo a la persona que más amo. E, incomprensiblemente para mí, ella me lo agradeció, incluso por momentos sentí que se alegró de que ocurriese. Aquello me sumergió en un mar de dudas. La confusión se apoderó de mí y no entendía qué había pasado exactamente. Me preguntaba interiormente una y mil veces cómo un hombre como yo había podido besar a otro, qué extraña fuerza me impulsó a ello.
Avergonzado, le pedí que éste fuese nuestro gran secreto. Sin embargo, ella me recriminó que un gesto tan precioso quedara oculto ante los ojos de los demás y me aconsejó que no debía perder ni un segundo de mi vida en retractarme por ello. Al contrario, me animó a que escribiese su historia y me hizo ver que era algo mucho más profundo que un drama humano; que era, simple y llanamente, la biografía de un sincero regalo, de un mágico beso.
Por eso, antes de comenzar a relataros esta humilde biografía me gustaría explicaros que, como toda vida, hubo un principio y un final. Su comienzo os puede resultar relativamente sencillo, pues refleja su inocente etapa infantil o su inquieta juventud, pasando después a un periodo mucho más maduro, un tiempo de buscar respuestas a preguntas que siempre se habían evitado. No obstante, para saborear realmente esta emotiva historia y poder llegar a tocar con las yemas de los dedos el verdadero trasfondo de esta relación se debe vivir su final, la parte más importante y real de este hermoso beso.
Sólo espero que lo leáis con el alma, con ese mismo que ahora yo trato de escribirlo…
De niños…
Si intento recordar alguna imagen de la niñez o algún recuerdo lejano de mi infancia siempre viene acompañada de su delgada figura a mi lado. Curiosamente nacimos el mismo año, sumado esto a que éramos vecinos y que compartíamos clase en el mismo colegio, os hará comprender por qué mi infancia se desarrolló junto a él: mi entrañable amigo Berto.
Cuando no bajaba él a jugar a mi casa, subía yo a la suya. Tan sólo existía un planta entre su piso y el mío, tan sólo una escalera se interfería entre su vida y la mía, treinta y tres escalones que nuestras infantiles y ágiles piernas recorrían de arriba para abajo decenas de veces al cabo del día. Supongo que subir aquellas escaleras era para mí como viajar al mejor parque de atracciones que pudiese existir porque, tras ellas, siempre encontraba un mágico mundo de diversión. Resultaba fantástico porque con unos simples palos de madera podíamos convertirnos en unos aguerridos bucaneros que luchaban armados con sus afiladas espadas en un peligroso acantilado… Y todo ello sin tan siquiera salir de su habitación.
Recuerdo con mucho cariño el día de nuestra comunión. Esa esperada fecha en el calendario que todo niño espera con ansiedad sabiendo que con ella llegaría algún que otro regalo. Algo tan importante como un balón sin remiendos o una bicicleta con las ruedas nuevas. En aquella época se puso de moda hacerla vestidos con un inmaculado traje de marinero y, como íbamos todos iguales, parecía más bien que había llegado la hora de alistarse en la marina. Pero bueno, aquello no dejaba de ser un día especial en el que cada uno de nosotros se sentía el centro de atención de todas las miradas en aquella coqueta iglesia del barrio.
Aún puedo sentir los nervios ante aquel importante acontecimiento y mis piernas temblando como un tierno flan al entrar a la iglesia mientras repasaba mentalmente la petición que debía hacer tras la lectura; aunque el hecho de saber que Berto iba a mi lado me ayudaba bastante, me daba más confianza en mi mismo. En aquella temprana edad él era como ese hermano que nunca tuve y en el que siempre intenté escudar mi tonta e infantil timidez.
También añoro aquellas incansables tardes que pasábamos en el gimnasio dando clases de kárate enfundados en unos resplandecientes kimonos pegando patadas a un viejo saco colgado del techo. Había días que nos las fugábamos para hacer algo que a mí, particularmente, me encantaba: colarnos en el viejo cementerio y jugar al escondite. Supongo que ahora, con el transcurrir de los años, vería un motón de nichos vacíos. Pero en aquellos tiempos resultaba el lugar perfecto para esconderse del pesado enterrador que siempre intentaba sin éxito pillarnos. El pobre nos buscaba una y otra vez maldiciendo en voz alta de su desdichada existencia. Puede que al no conocer todavía la muerte de cerca no supusiera ningún trauma para nosotros tener que ir a jugar a aquel lugar. A mi incluso me gustaba el olor a jazmín que se respiraba y que, junto al colorido abanico de flores que adornaban todas aquellas oscuras lápidas, nos hizo bautizarlo como el parque de las flores.
Eran tiempos pasados, tiempos inolvidables en los que siempre íbamos juntos a todas partes, hasta el punto que muchísima gente nos encontraba parecido y preguntaba si éramos hermanos. Crecimos tremendamente felices, y puede que fuese simplemente porque éramos eso, unos inocentes niños, dos chavales cuya única preocupación era buscar algo con que entretenerse y malgastar su preciado tiempo, esos fugaces momentos que transcurrían sin darnos cuenta y que nada ni nadie podía parar.
La madre de Berto, una mujer encantadora y tremendamente cariñosa, nos preparaba unas deliciosas meriendas mientras nosotros hacíamos los deberes del colegio o escuchábamos música en un destartalado tocadiscos que tenía en su dormitorio. Aquel viejo trasto resultaba mágico y nos hacía sentir mucho más adultos; el simple hecho de poder disponer de aquel aparato musical para nosotros solos era un auténtico lujo en aquel tiempo. A nuestra edad, la verdad es que no disponíamos de suficiente dinero para comprar discos; por eso, los dos o tres que teníamos y que nos habían regalado por algún cumpleaños cercano, los pinchábamos una y otra vez hasta que las letras de sus canciones se volvían insoportables para los castigados oídos de su pobre madre. Ella nunca nos dijo nada al respecto, solamente se limitaba a elevar su mirada hacia el cielo suplicando que se rompiese pronto aquel viejo tocadiscos.
saludos compadre, ¿sabe usted?, siempre me he considerado una persona muy suspicas y muy inteligente, leei, como dijo el autor, no con los ojos, sino con la mente abierta y el alma dispuesta, realmete estaba muy tentado a darle mi correo electronico para que me mandara el escrito integro, pero no, este autor se merece toda mi paciencia y mi sentido comun.
ResponderBorrarme alegro que tenga a un amigo que haya sido capaz de escribir tan bonito.
esperare inpacientemente el proximo escrito.
saludos mi Cuty.
ya me estaba imaginando el final(por lo suspicaz que soy), pero ñaaaaaa, dejare de lado mi logica y esperare la proxima entrega.
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