lunes, 26 de abril de 2010

LA NOVELA; SEPTIMA PARTE:


Sumergidos en aquella distendida charla la tarde transcurrió muy agradablemente, y sin apenas darnos cuenta se acabó el día. Resultó una jornada reconfortante, y la sensación de paz que sentí dentro de mí, hacía mucho tiempo que no la tenía. Aquella noche, después de mucho tiempo, pude dormir de un tirón, y la verdad es que lo necesitaba. Mi corazón se quitó aquella espina que durante tantos años había tenido clavada y con aquella agradable velada cicatrizó parte de la herida que mi alma sufrió tiempo atrás en una desgraciada noche y en un cutre bar del pueblo.
La siguiente semana resultó fenomenal, nos vimos varias veces y todo entre nosotros marchaba relativamente bien. Pero lo que no esperaba es que ahora, al restablecer de nuevo nuestra amistad, sus problemas también me afectarían. El sábado siguiente, tal y como me comentó, se acercaron a casa de sus padres para comer con ellos. Cuando llegaron, su madre salió alegremente a recibirlos y les preparó un delicioso aperitivo mientras hacían tiempo a que llegara su padre. Ocasión que aprovechó Berto para acercarse un momento hasta la cocina y hablar con su madre.
- Mamá.
- Dime, cariño. ¿Queréis que os prepare alguna cosa más?
- No, no es eso. Quería decirte algo muy importante. Llevo un tiempo buscando el momento adecuado y creo que ahora es el idóneo.
- Bueno, tú dirás. ¿De qué se trata? No me dejes con la intriga.
- Verás, mamá, cuando tú conociste a papá supiste que sería el hombre de tu vida.
- ¡Ay, qué alegría! ¿No me digas que te has enamorado? Me alegro muchísimo, ya iba siendo hora de que entrara otra mujer en esta casa.
- No, mamá, no es eso. Bueno…en realidad sí. Estoy enamorado, pero… de Jorge.
- ¿Cómo? No te entiendo, Berto- preguntó con una sonrisa nerviosa.
- Mamá, soy homosexual… y el amigo que me acompaña es mi pareja.

Su madre quedó muda. Perpleja, comenzó a dar vueltas por la cocina abriendo y cerrando puertas y cajones sin sentido, de una forma nerviosa en donde sus ojos desencajados decían todo lo que su boca callaba. Su rostro, tras escuchar aquella contestación, cambió y comenzó a empalidecer por momentos. Berto la intentó calmar, pero ella seguía en silencio con su nerviosa actitud, sin poder escucharle; cuando, repentinamente y para agravar aún más aquella difícil situación, apareció su padre por allí.
- ¡Ya estoy aquí! ¿Dónde está mi Berto?- gritó exultante al entrar.
- Hola, papá- le dijo su hijo con voz nerviosa mientras abandonaba la cocina-. ¿Cómo estás?
- Bien, bueno… no tan bien como tú. Lo que daría por cambiarme por ti, con tu edad, tu carrera, y un montón de chicas jóvenes besándote el culo. ¡Qué suerte tienes!
- No exageres, papá, que no es para tanto.
- ¿Cómo que no? Arquitecto y con esa cara, el rey del mundo.
- Ven que te voy a presentar a… un amigo. Mira, este es Jorge.
- ¡Hombre! Encantado. Ya me he enterado que vais a montar un negocio juntos. Eso está muy bien. Seguro que en muy poco tiempo os forráis. Si supieras la envidia que causo cuando cuento que mi hijo es arquitecto, es increíble. ¡Qué hijo más listo tengo!-le dijo abrazándolo con todas sus fuerzas.
- Venga…, papá. No te pases.

Después de las pertinentes presentaciones y aguantar alguna que otra broma llegó la hora de la comida. Su padre aún continuaba alabando la inteligencia de su hijo mientras su madre seguía sin pronunciar palabra, sonámbula, con la mirada perdida sobre su plato y sin apenas probar la comida.
- Carmen, ¿por qué no comes?- le preguntó su marido-. ¿Te encuentras bien?
- Sí…, no te preocupes-respondió titubeando.
- A ver si para una vez que tenemos visita te vas a poner sería.
- Déjala, papá. Tal vez no tenga muchas ganas de comer porque hemos estado picando un poco mientras venías.

Pero no, su madre no pudo aguantar. Rompió a llorar, se levantó y se fue histérica a su dormitorio. Su padre, sorprendido, siguió a su mujer preguntándole por su repentina actitud. Berto y Jorge se quedaron allí, completamente helados por la violenta situación. No sabían si seguir sentados o levantarse e irse. No alcanzaban a adivinar qué opción sería la correcta: aguantar el chaparrón o huir para no afrontar aquel problema. Pero sus dudas no tardaron en tener una clara respuesta.
- ¡Largaros de aquí!- le gritó su padre fuera de sí-. ¡Marcharos de esta casa! ¡Qué vergüenza!- continuó desesperado.
- Papá, déjame que te lo explique…
- No hay nada qué explicar- contestó sin dejarle hablar-. Así nos pagas los sacrificios que hemos hecho por ti. ¡No quiero verte! ¡Fuera de aquí!- repitió una y otra vez mientras les indicaba la salida-. ¡Y no vengas nunca más, desgraciado!

Esa fue la última palabra que escuchó de la boca de su padre: desgraciado. Esa fue la que le mató en vida porque desde ese día nunca más fue el mismo. Aquel simple insulto borró para siempre la sonrisa de Berto. El hijo listo e inteligente, el arquitecto, ese mismo que era motivo de orgullo para un padre, pasó a ser en cuestión de décimas de segundo un pobre desgraciado, otro maricón más en este jodido mundo. El simple hecho de amar a un hombre en vez de a una mujer cambió radicalmente el concepto de las personas más importantes para Berto: sus padres. La mirada de agrado con lo que le recibieron se tornó sucia y oscura al despedirlo, al echarlo de la que siempre había sido su casa.
Las siguientes semanas resultaron demoledoras para él. No tuvo ni una simple contestación de su casa. Por más que insistió en llamar una y otra vez, nadie quiso descolgarle el teléfono. Sólo obtuvo indiferencia. Sentía que no sólo le habían echado de su casa, sino también de su familia. Y no lo pudo superar. Ver que su madre le había dado de lado lo hundió, le empujó a una tristeza infinita. Buscó cobijo en la cama y permaneció en ella durante varios días sin levantarse, sin querer hablar con nadie, sin comer, sin asearse…, sin vivir; porque eso era lo que le pasaba, que no quería seguir viviendo.
Jorge, apurado, vino a buscarme a la inmobiliaria para pedirme ayuda. Me puso al corriente de todo lo sucedido y me suplicó que fuese a hablar con él, que intentase sacarlo de aquella profunda depresión en la que se había sumido. Aquel día fue la primera vez que engañé a mi jefe, y con la excusa de enseñar un piso a Jorge me fui con él a su apartamento.
Su dormitorio se encontraba a oscuras, con las persianas bajadas y completamente desordenado. Se respiraba desquicio, una ambiente de desidia que resulta muy difícil de explicar. Y él, al verme entrar, se tapó la cabeza con la almohada y me pidió insistentemente que me marchase.
- Berto, ya me marché una vez de tu vida y no lo voy a hacer otra vez- le dije con tono serio, sin querer mostrar un mínimo de flaqueza ante aquella desesperada situación-. ¿Cuánto tiempo más va a durar esta tontería? Venga, haz ahora mismo el favor de salir de la cama. Dúchate y aféitate.
- No, déjame en paz. No quiero ver a nadie. Sólo soy un pobre desgraciado- contestó balbuceando inmerso en un incesante llanto.
- ¿Desgraciado? ¿Quién? Un tío que se ha sacado una carrera de arquitectura. No, hombre, no. Yo si podría serlo. ¡Mírame! Tengo que estar una hora tras otra mimando los oídos de los clientes para venderles algo que vale un pastón y del que tan sólo veo un pequeño porcentaje, una miseria. En cambio, tú, con tus estudios, tu educación y tu porte. Vamos, me cambiaba por ti ahora mismo. Si entrara por la puerta de mi casa con tu título de arquitecto me comerían a besos.
- Eso es muy fácil decirlo porque a ti no te repudian tus padres, porque no se avergüenzan de su hijo. Sólo soy un pobre desgraciado-repitió.
- Mira, yo si que fui un desgraciado durante varios años. Un desgraciado porque perdí algo muy importante en la vida, porque eché de mi lado a mi mejor amigo. Pero eso ya quedó atrás, es tan sólo el pasado. ¿Y sabes por qué? Porque un día vino hasta mi trabajo un tío grande, un hombre que no le cogía el corazón en el pecho y me habló, después de muchos años, como si hubiésemos estado simplemente cinco minutos sin vernos. En la vida soñé que mi sentimiento de culpa se esfumaría de una manera tan rápida y sencilla. Aquel problema de culpabilidad que sufrí durante años se solucionó con un simple abrazo, con un delicado saludo; y eso solamente podía hacerlo posible alguien que supiese estar a la altura de las circunstancias, sólo un hombre como tú, una persona tremendamente generosa.
- ¡No intentes venderme un piso!- me contestó gritando y abrazando con rabia la almohada-. Hablas muy bien y lo pintas todo muy bonito, pero la realidad es mucho más dura, mucho más cruel.
- ¡Me estás defraudando! Tú no eres el Berto que yo conocía. Ahora tan sólo veo a un cobarde que se esconde tras una almohada llena de mocos y lágrimas. El Berto que yo conocía era mucho más luchador, más hombre, porque aunque seas homosexual, siempre los habías tenido bien puestos.
- ¡Por favor, déjame! Seguro que has venido porque Jorge te ha llamado, sino ni te habrías molestado.
- ¡Te equivocas! He venido para algo mucho más importante que verte aquí llorar como un tonto. Y me he encontrado con todo este pastel de forma inesperada.
- ¿Y qué era eso tan importante?- preguntó haciendo una leve pausa en su continuado llanto.
- Ángeles y yo nos casamos-le dije mientras abandonaba su habitación-, y habíamos pensados que…, tal vez, si te animas algún día a salir de debajo de esa arrugada almohada, querrías ser nuestro padrino de boda.
Seguidamente me marché, no esperé a escuchar su contestación. Pero lo cierto es que no habíamos puesto fecha de boda ni habíamos hablado sobre el tema del padrino; sin embargo, fue lo único que se me ocurrió en aquel momento y no tuve más remedio que improvisar. No quería compadecerme de él y repetirle lo que quería escuchar, no podía darle la razón aunque la llevase. Lo encontré completamente hundido y pensé que lo mejor sería regañarle un poco e intentar herir su orgullo, empujarle a que abandonase aquella anímica actitud. El caso es que me fui sumido en una terrible incertidumbre y no sabía si daría resultado mi plan o empeoraría más su depresión. No lo sabía…
Al final parece que acerté, porque al día siguiente me llamó un poco más animado y aceptando con agrado la propuesta de ser mi padrino. Menudo lío, aquella respuesta me recordaba que ahora tenía que lidiar otro toro: Ángeles. A ver cómo le explicaba que teníamos que poner fecha a la boda y que Berto sería el padrino en vez de su padre. Por pretender ser el defensor del mundo me acababa de meter en un problema político familiar de un par de narices. Menos mal que ella lo comprendió y no le importó en absoluto, seguro que otra se hubiese puesto loca. Pero no, Ángeles era distinta, un cielo, y por eso resultaba la mujer perfecta para pasar con ella el resto de mis días.

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