Aquella breve conversación que mantuve con Ángeles fue como un pequeño grito de libertad en medio de un gran océano de dudas. Sus palabras y su sensibilidad me ayudaron a desahogar un cúmulo de inquietudes que venía manteniendo enfrentadas entre sí en mi interior. Era mi particular trauma de juventud, una repetida pesadilla que, noche tras noche, intentaba superar sin suerte. Sé que lamentablemente había dejado transcurrir mucho tiempo para pedir disculpas a Berto, pero… como bien dice el refrán “más vale tarde que nunca”. Entiendo que no recuperaré los años de juventud que perdimos, de disfrutar de nuestra cómplice amistad, pero creo que ahora sería capaz de saborear más intensamente cada minuto que pasase junto a él.
Siguiendo el consejo de Ángeles, en cuanto encontré una vivienda que se adaptaba a lo que él me pidió, le telefoneé y le invité a casa; hecho que agradeció enormemente. Quedé con él para el día siguiente y le expliqué dónde vivía para que supiese encontrar fácilmente el camino.
Debo deciros que aquellas veinticuatro horas de espera se me hicieron eternas. No veía la hora de que llegara el momento de poder disfrutar de una velada juntos, los cuatro, cada uno con su respectiva pareja, cada uno con su media naranja. Porque al fin y al cabo, la vida la rige el corazón y el mundo se mueve gracias a ese sentimiento tan antiguo como sincero que resulta el amor. Esa simple comida significaba para mi una gran fiesta, un día especial que estaba deseoso de que llegase. Aunque una parte en lo más profundo de mi continuaba dolida por todo aquello que le dije, un escondido resquicio que seguía sintiéndose culpable por la reacción tan injusta que tuve.
No pegué ojo en casi toda la noche pensando una y otra vez en qué decir o qué preguntar. Quería resultar agradable a él y su pareja e intentar paliar de alguna manera el daño que le hice. De esa manera, con una ansiedad impropia en mí, llegó por fin el esperado momento. No pude parar de mirar la hora de mi lento reloj, esperando nervioso que sonara el dichoso timbre del megafonillo.
- ¡Tranquilízate!- me dijo Ángeles-. Te veo muy tenso.
- ¿Se me nota mucho?
- Me temo que sí, pero tampoco es nada malo que note tu nerviosismo. Sólo es un mero reflejo de tu intento por restablecer vuestra amistad.
- Gracias, Ángeles. Quiero que sepas que me tienes gratamente sorprendido. Tu sentido común con este tema me está sirviendo de gran ayuda.
- ¡Qué tonto eres! Eso se llama sensibilidad femenina- contestó sonriendo.
Por fin sonó el timbre, y yo abrí rápidamente, sin tan siquiera preguntar quién era. Efectivamente eran ellos, Berto y Jorge, y traían consigo una buena botella de vino. Después de recibirles y realizar las pertinentes presentaciones, nos sentamos en la mesa del comedor, la cual engalanamos con nuestro mejor cubierto y una mantelería sin estrenar que rescaté de un olvidado cajón. Él se sentó junto a mí, y no cesó de hablar con Ángeles durante toda la comida, parecía que se conocían de toda la vida y la verdad es que congeniaron muy bien.
- No me habías dicho lo simpático que era Berto- comentó ángeles.
- Bueno…sí… Es muy parlanchín. En eso nos parecemos bastante.
- Ya me ha dicho José que erais como hermanos- le dijo ella-. Seguro que seríais un peligro en aquellos tiempos. ¡Menuda pareja!
- No creas, no éramos tan malos; más bien inquietos. El más peligroso era él, que tenía un pico que…, no paraba de meterse en un lío tras otro.
- ¡Vaya, vaya, de lo que se entera una!
- ¡Madre mía, que tiempos aquellos! ¿Te acuerdas, José?-me preguntó sonriendo.
- Claro que me acuerdo. Y la verdad es que al verte aquí hoy me vienen a la mente infinidad de buenos momentos, tantos que bloquean por completo mi mente. Es una sucesión continua de imágenes en las que siempre aparecemos los dos realizando alguna pequeña travesura- recordé en voz alta. Después, haciendo un pequeño inciso, intenté continuar-. No sabes cuanto siento…
Pero en aquel momento no pude terminar de decir lo que sentía porque un nudo se apodero de mi garganta. La lengua se me quedó más seca que la arena del desierto y un repentino mutismo embargó la habitación. Los tres se quedaron mirándome, esperando que mi boca terminara de decir aquella difícil frase que había comenzado y que durante tanto tiempo llevaba esperando salir de dentro de mí. Pero no pude articular ni una palabra, y fue entonces cuando una inesperada lágrima me traicionó. Una minúscula gota salada brotó por un pequeño y recóndito hueco de mi lagrimar. Ese sencillo e insignificante detalle desmoronó por completo todo mi discurso y descubrió ante todos la amargura que durante tanto tiempo oculté bajo mi alegre y desenfadado carácter.
- José, si yo no supiese que lo sientes no estaría aquí- se adelantó a decir Berto-. Yo no he venido aquí buscando tus disculpas. Lo he hecho para disfrutar de tu compañía, de tu presencia y de tu amistad, porque aunque hubiese mucha distancia entre nosotros, aunque el tiempo nos haya distanciado durante algunos años, yo siempre te he sentido muy cerca de mí. Sabía que en algún pequeño rincón de tu corazón tenías una habitación reservada sólo para mí. Y aunque que un día cerraste sus ventanas, sé que lo hiciste creyendo que así no podría volver a entrar en ese apartado rincón; pero, equivocadamente, las cerraste antes de que yo pudiese salir. Lo único que conseguiste con ello es que no me pudiese marchar libremente de esa bonita habitación y me dejaste atrapado para siempre en ese bello cautiverio hasta hoy. Porque, precisamente ahora, cuando tú has creído llorar, cuando has pensado que una lágrima se fugaba por tu sincero rostro, te has equivocado. No era una transparente lágrima lo que ha brotado de tu interior. Era yo él que afloraba en forma cristalina desde dentro de ti al volverme a encontrar esas hermosas ventanas abiertas. Era yo él que encontraba de nuevo la ansiada libertad. Y eran tantas las ganas de volver a ver tu rostro, que la mejor forma de hacerlo era resbalando suavemente por él, recorriendo cada milímetro de tu cara hasta llegar a la comisura de tus labios, y así poder sentir el aterciopelado tacto de tu boca.
Aquellas bonitas palabras de Berto fueron catastróficas. Logró que los que le acompañábamos en la mesa nos pusiésemos a llorar como niños y brotase un emocionado y contenido sentimiento que ninguno de los allí presentes queríamos mostrar; pero que felizmente sucumbió y afloró.
A continuación, se levantó tranquilamente de su silla, y mirándome fijamente, abrió los brazos. Yo, con mis ojos completamente inundados, me levanté y le abracé. Fue un instante mágico, sincero, tanto que el calor de su amistad se podía respirar por toda la casa, tanto que aquel fundido abrazo pareció no terminar nunca. De repente, unos espontáneos aplausos nos devolvieron a la realidad. Eran Ángeles y Jorge que emocionados nos aplaudían mientras se aproximaban a nosotros para felicitarnos y abrazarnos, culminando aquel instante formando una gran piña todos juntos.
Tal vez os sorprenda esta curiosa situación, pero así ocurrió y así os la cuento. Supongo que todo el que haya perdido alguna vez un amigo lo entenderá. Comprenderá que en aquel instante acababa de recuperar a álguien muy cercano, a una persona que sentía como mía, a ese hermano que nunca tuve y que gracias a Berto nunca añoré.
Tras calmarnos un poco continuamos con la comida, y después, mientras Jorge y Ángeles recogían y preparaban el café, Berto y yo aprovechamos para hablar un poco sobre nuestras vidas.
- Quiero que sepas que te he echado mucho de menos- le confesé.
- Ya lo sé. Yo también me he acordado mucho de ti.
- ¿Saben tus padres lo tuyo con Jorge?
- No, ellos creen que somos socios o algo parecido, y que vamos a montar un estudio de arquitectura juntos. Todavía no les he dicho que soy gay.
- Pues creo que deberías hacerlo. Seguro que lo comprenderán.
- Sí, la verdad es que lo he pensado muchas veces e imagino que ya va siendo hora de contárselo. Este sábado, como vamos a ir a comer con ellos, puede que se lo diga. Jorge lo está deseando.
- Ya verás como todo sale bien. Al fin y al cabo son tus padres, y como tal, te apoyaran en todo momento- le contesté.
- Eso espero, aunque a mi padre no creo que le haga demasiada gracia. Ya sabes tú lo chapado a la antigua que es.
- Al principio puede que no lo entienda, pero con un poco de tiempo verás como lo comprende.
- ¡Eso espero!
- ¿Y Jorge?
- Jorge es lo mejor que me ha pasado. Ha sido un apoyo primordial y gracias a él he encontrado la estabilidad emocional que tanto buscaba. Es un cielo, y juntos hemos creado nuestro propio mundo donde los dos formamos un solo ser. Hemos sido capaces de comprendernos y amarnos de una forma muy sencilla. No sé qué sería de mí sin él. Y a ti, ¿cómo te va con ella?
- De maravilla, es muy comprensiva y estoy pensando en pedirle que se case conmigo.
- Yo pensaba que ya estabais casados. Se os ve tan bien.
- No, todavía no. Pero estamos pensando en buscar un hijo y me gustaría que antes formalizásemos nuestra relación. Supongo que vendrás a mi boda.
- Claro que sí, para mi sería un verdadero placer.
- Berto, llevo mucho tiempo queriéndote hacer una pregunta.- le dije cambiando de tema-. ¿Cuándo descubriste que te gustaban los hombres?
- No lo sé exactamente. Antes de eso, creo que de lo primero que me di cuenta fue de que las niñas no me atraían; cuando quedábamos con ellas no entendía porque le dabas tanta importancia a besarlas o meterles mano. Yo no sentía esa necesidad física que a ti te llevaba como loco. Mi cuerpo me pedía algo distinto, por aquel entonces no sabía todavía concretamente qué buscaba, pero sentía que nuestros caminos en el amor iban a ser completamente diferentes. Fue como una lenta evolución. Mi mente tuvo que ir descartando opciones hasta que por fin encontró ese sentimiento de amar que se encontraba escondido en un lugar muy profundo de mí, hasta que llegué a lo más hondo del océano interior que albergaba dentro. Allí, en aquellas solitarias profundidades, me encontré; conocí al verdadero Berto, a ese desconcertado chico que buscaba ansiadamente un tesoro sumergido que no encontraba. Un preciado tesoro con forma de beso que no había conocido nunca, porque, a pesar de que en mi vida había dado muchos besos, ninguno de ellos me hizo sentir ese instante mágico del que todos hablaban. Quería encontrar ese beso que me hiciese flotar, volar entre las nubes, ese beso que se tiene que dar con los ojos cerrados para no cegarse con el deslumbrante brillo de los labios de la otra persona amada.
- ¿Y lo encontraste?- pregunté.
- No, todavía no ha llegado ese verdadero beso, pero sueño que algún día lo encontraré. Pensarás, ¿y Jorge? Él es una señal que Dios ha puesto en mi camino, alguien que quiero y adoro; pero el beso del que yo te hablo es mucho más difícil de encontrar. Hay personas que ni en toda una vida lo encuentra, que mueren sin conocerlo.
- No te llego a entender, Berto. Tan especial tiene que ser ese beso. Un beso es eso, simplemente un beso.
- No, José, no es tan sencillo. El beso es el único gesto que delata lo que siente la persona que te lo da. Es el único acto humano que no puede ocultar el sentimiento con que se realiza. Hay besos de amistad, en los que notas cariño y simpatía. Suelen se los más comunes, los que te encuentras fácilmente a diario. Hay otros de amor, en los que sientes pasión e incluso aceleran tu ritmo cardiaco. Besos que encuentras en tu pareja y que muestran la complicidad de esos dos amantes, de esas dos personas que se quieren. También hay otros más feos, los falsos, los besos de Judas; esos que resultan vacíos y sólo son un mero trámite. Sin embargo, yo no te hablo de ninguno de esos. Te hablo de ese que te hace sentir mágico, el mismo que logró que Blancanieves regresase de nuevo a la vida. Ese gesto puro y sincero que te transporta a otro lugar, a otro mundo, ese que resulta irrepetible y que jamás se olvida.
- Creo que ya sé a que te refieres- le dije tras reflexionar sobre la profundidad de sus palabras.
- ¡Sí!- exclamó Berto-. ¿Y crees que lo has encontrado?
- Supongo que sí. Fue en una calurosa tarde de verano cuando apareció, llegó como una inesperada y suave brisa fresca, sin avisar. Yo, tímidamente, la miré, y tras sus oscuros ojos encontré aquello que siempre soñé; aquello que todo hombre anhela. Y supe que sería ella, solamente…ella. Llegó como un manantial de alegría que, a pesar del transcurrir de los años, aún continua fluyendo por todo mi ser, por cada una de mis infinitas y acaloradas venas. Aquella tranquila tarde la encontré, y tras una simple mirada supe que se quedaría para siempre dentro de mí, que recorreríamos juntos un largo camino. Unidos en el día a día, unidos en la noche, en mis más dulces sueños. Supe que sería ella, solamente…ella. No conocía su nombre ni tampoco quién era, pero no importaba porque simplemente sus ojos, su trasparente y cristalina mirada, me bastaron para comprender que ella, solamente…ella, sería la que me besaría de esa mágica forma que tu dices. Supe que ella, solamente ella, sería mi mujer.
- Veo que lo entiendes- respondió con los ojos vidriosos-. ¡Me alegro por ti! Porque encontraste eso que yo tanto anhelo. No lo podías haber explicado mejor, José. Sabía que tú, solamente… tú, lo entenderías. No podía ser de otra forma.
Compadre, I promise you, that tomorrow, I'll read all of your last posts, I just read this last one, but, I'll be back tomorrow.
ResponderBorrarUn abrazote