Con la siguiente sesión de quimio sucedió lo mismo. Se repitieron los angustiados dolores, el retorcerse como el rabo de una lagartija, los vómitos y las interminables noches sin dormir. Su pelo comenzó a caerse por todas las partes de su cuerpo, aunque el que más eché de menos fue el de sus pobladas cejas; sin ellas no parecía él y su ausencia le robaban parte de la personalidad de su rostro. Otra vez había que esperar los correspondientes veintiún días, el tiempo exacto que tardaba en recuperarse y sentirse bien, el tiempo exacto para repetir ese curioso ritual que él había marcado en nuestras monótonas vidas: un cuadro por una poesía.
Esta vez pintó el trasero de una mujer con las piernas por alto, tapándose sus partes nobles con una mano. Resultaba chocante como aquella mano se encontraba en el lugar preciso para esconder pudorosamente sus vergüenzas.
- ¿Qué significa? No lo entiendo, Berto.
- ¡Es mi madre!- contestó resignado.
- ¿Tu madre? ¿Y por qué la has pintado así?
- Porque es cómo yo la veo, tapándose el orificio por donde me tuvo, escondiendo su sexo. Puede que esté repudiando el hecho de tenerme o evitando que pueda volver a su vientre, como negándome la vida o nuestro vínculo. Entiendo que esa mano que ves ahí, se interpone entre ella y yo, entre una madre y su hijo. Esa simple mano debería ser la que me ayudase en esta enfermedad; en cambio, la esconde negándome unas caricias que me pertenecen por derecho propio. ¿Qué te parece, José?
- Hombre, si no me lo llegas a explicar nunca lo hubiese imaginado. Pero ahora, tras tu exposición, lo veo muchos más claro.
- ¿Y mi poesía?- me preguntó impaciente-. Léemela.
Yo, como ya venía siendo costumbre en ese repetido ritual, saqué mi pequeña chuleta y comencé a leérsela:
Dios, a veces dudo de él, de si nos acompaña, de si nos quiere.
Dios, a veces lo busco y no lo encuentro.
Dios, a veces lo llamo, le grito, pero no responde.
Y entonces llegas tú y sin dudar, sin buscar y sin llamarlo, me lo presentas,
me dices que lo sientes muy cerca, que te arropa, que te protege.
Y yo, solamente porque confío en ti, solamente porque tú me lo dices,
vuelvo a creer en Él.
- Ésta es más bonita que las otras, José-dijo asombrado-, mucho más profunda. Creo que ahora si has acertado.
- ¿De verdad?- pregunté sorprendido.
- Sí. El hecho de que tú me hables de Dios con lo poco que crees en Él me llena de satisfacción.
- Berto, hay días que creo, que rezo con todas mis fuerzas. Pero hay otros en los que no creo en nada, en los que la desidia me corroe; me quema ante la cantidad de injusticias que ven mis ojos. Hay momentos en los que me niego a creer que pueda existir algo allá arriba. Sin embargo, luego vengo aquí, te miro y te veo con tanta fe, con tantas ganas de vivir, que me haces recapacitar sobre mis dudas.
- Me alegro, José. Hoy llevaré este trozo de papel con tu poseía junto a mí, lo doblaré y lo tendré en mi mano durante toda la terapia. Él me dará las fuerzas necesarias para resistir otros veintiún días.
A menudo me preguntaba de dónde sacaba su fe. Cómo, ante tanta adversidad, seguía creyendo que había un Dios que lo protegía. Berto resultaba tremendamente religioso, y aunque según él no era católico, resultaba un cristiano ejemplar. No me quería poner en su lugar, porque de hacerlo y comprobar cómo su familia, la sociedad e incluso la iglesia le daban de lado, me hubieran quitado las ganas de creer en nada. No obstante, empecinado en su recuperación siguió pintando cuadros hasta que logró llegar al final del túnel de aquella dura terapia.
Su pelo comenzó a brotar tímidamente y parecía que cientos de hormiguitas recorrían sin un rumbo fijo su cabeza, así, hasta que por fin se pobló de nuevo su brillante testa. Su aspecto fue mejorando ostensiblemente y su piel se tornó mucho más calida.
Llegados a este punto intentamos retomar nuestras vidas para que volviesen a ser lo más normal posible. Berto se dedicó a comprobar personalmente las obras de la pasarela. Ángeles, como siempre, con su peluquería. Y yo me tuve que buscar un nuevo trabajo porque, como era de suponer, no me renovaron el contrato en la asesoría. Pero la verdad es que tuve suerte y encontré otro muy pronto como repartidor en una panificadora. El horario era lo peor, tenía que comenzar a las cinco y media de la mañana para repartir la mercancía por los restaurantes y panaderías de toda la ciudad, acabando la jornada sobre las tres de la tarde, hora que aprovechaba para echar una siesta y descansar un poco. Si no me equivoco, en ese tiempo fue cuando menos nos vimos y cada uno se sumergió en su monótona rutina, aunque eso sí, todos los domingos Berto venía a casa a comer.
Pasaron dos tranquilos años cuando un día, al volver a casa a las tres, abrí la puerta y me encontré a mi suegra. Extrañado le pregunté por Ángeles, contestándome que había tenido que ir urgentemente al hospital con Berto y le había pedido que se quedara a cargo de la niña. Sin perder un segundo me fui a urgencias, no me detuve ni tan siquiera a darle un pequeño beso a Bertita. Salí corriendo hacía allí para ver qué sucedía.
Ángeles, al verme llegar tan apurado, intentó calmarme:
- Tranquilo, José. Simplemente tenía fiebre y hemos pensado que lo mejor sería venir y que le hiciesen un chequeo.
- ¿Dónde está?- pregunté.
- Lo han subido para hacerle unas pruebas- intentó explicarme-. Me han pedido que me quede aquí, en la sala de espera, hasta que sepan algo.
Yo, a pesar del madrugón que me había dado para ir a trabajar, no me encontraba cansado. Aunque imaginarme de nuevo a Berto enfermo me desesperaba, pensar que teníamos que comenzar otra vez con aquella maldita terapia erizaba todo el vello de mi piel. Habíamos pasado una temporada tan tranquila que ya no recordaba el olor a hospital, el ambiente de batas blancas y medicamentos.
Su médico, el mismo que le había tratado anteriormente, se acercó para hablar con nosotros.
- Hola, José- me dijo al verme-. Sé que no te gusta que nos veamos aquí, pero me temo que Berto ha recaído.
- ¿Es su cáncer? ¿Ha vuelto?- pregunté.
- Nunca se fue, José-sentenció-. El cáncer siempre ha estado ahí, lo que pasa es que lo teníamos controlado. Ahora ha dicho “aquí estoy” y ha comenzado a expandirse por su cuerpo.
- ¿Está muy mal?- insistí, aunque su cara lo decía todo. Su gesto serió indicaba la respuesta que a continuación me daría.
- Me temo que sí. Berto vino a verme hace unos meses con unos fuertes dolores. Su cáncer se había despertado y no tuve más remedio que mandarle unos parches de morfina para que pudiese conllevar su terrible dolor.
- No sabíamos nada. No nos lo dijo…
- Imagino que no quiso preocuparles.
- Entonces, ¿habrá que comenzar otra vez con la quimioterapia?
- No, José. Ya no se puede hacer nada, sus defensas son tan bajas que no lo aguantaría. Sólo podemos esperar.
- ¿Esperar? ¿Cuánto hay que esperar?- pregunté desesperado.
- Por desgracia muy poco. Pueden ser horas o un par de días a lo sumo, pero… poco más.
Ángeles rompió a llorar desconsoladamente y yo me marché corriendo en su busca. Aquella noticia despertó en mí la rabia que durante tanto tiempo traté de esconder. Me encontraba enfadado, muy cabreado, y entré en su habitación muy agitado:
- ¡Qué maricón que eres!- le dije contrariado. Sé que es una expresión que no es de mi gusto, pero me salió así.
- Tú lo has dicho- dijo sonriendo-, en el más amplio sentido de la palabra.
- No me hace ninguna gracia, Berto. Estoy muy jodido. ¿Por qué me lo has ocultado?
- ¿El qué? Si tú ya sabías que me gustaban los hombres- prosiguió sin abandonar su guasona sonrisa.
- Te estoy hablando en serio. ¿Por qué no me dijiste nada sobre los parches de morfina?
- ¿Para qué, José? Con que sufra uno ya es bastante. Este momento tenía que llegar y quería hacerlo con la mayor dignidad posible. No quería que estuvieseis todos los días compadeciéndoros de mí y dando pena. Así que deja de gritar como si fueses mi madre y siéntate aquí un rato. Tenemos muchas cosas que hablar.
Y LA DECIMA PRIMERA! LA DECIMA PRIMERA! ON TA, ON TA.. no compadre no la encuentro me falta una parte.
ResponderBorrarSaludos :D buen inicio de semana.
HOLA TIENES EMAIL PARA QUE TE PUEDA ESCRIBIR?
ResponderBorrarya la encontre, es que estoy media ceguetas :D
ResponderBorrarDicen que cuando tienes mucho sexo en el fin de semana el lunes no distingues nada, no sabes donde están las cosas, te vuelves medi@ cieg@.
ResponderBorrar¿Será cierto? JA JA JA JA JA
Ja, ja.. no habia leido la contestación cuando me puse histerica y no encontraba una parte, ja, ja y yo de esas cosas que no se nada.
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