“Tienes una nueva oportunidad”
“Te debes dar una oportunidad”
“Te doy una nueva oportunidad”
Y cientos de frases similares más. Todas ellas con la tendencia a lo mismo: dar posibilidades a los demás.
En cambio, lo que no hacemos y no decimos es: “YO merezco darme una oportunidad”. No nos damos, a nosotros mismos, las oportunidades que merecemos, queremos y necesitamos. Nos relegamos a un último lugar en la vida, privilegiando oportunidades ajenas, y al propio ser... al “yo” persona.
Tal vez, por otro lado, nos sentimos incapaces de reconocer errores propios y sólo vemos las equivocaciones de otros y de ahí nuestra necesidad egocéntrica de dar posibilidades.
Si la oportunidad es para nosotros, a partir de nosotros, solemos abarcar el “demostrar”: “Voy a demostrar que puedo” “Voy a demostrar que soy excelente profesional, estudiante, hija/o, trabajador, etc.” Finalmente este pensamiento nos conduce a disponer nuestro actuar en función de los demás y no de uno mismo.
Un día, tomé una decisión crucial en mi vida: decidí ser libre, liberar ataduras terrenales, sentir mi alma libre de toda coacción, aunque mi cuerpo estuviera prisionero. Yo merecía ser libre en mi alma y en mi espíritu.
Ya sentía que era innecesaria la aprobación de terceros para vivir, era innecesario el miedo al qué dirán, a vivir en función de agradar a los demás, de no cometer errores y desaciertos. Hacer las cosas bien para solo obtener la aprobación ajena. A eso le llamé “Hacer lo correcto por la razón incorrecta”... Me era preferible estar equivocado por la razón correcta que estar correcto por la razón incorrecta...
Fue necesario, caer para aprender, pasar por dolores suficientemente fuertes para comprender la simpleza del amor, que nada tenía que ver con lo que yo entendía como su concepto.
Y mientras tanto Dios, observando a este su hijo, obstinado y testarudo que insistía en decirse “Te debes una oportunidad”. Y claro, yo pensaba que no dañando, no perjudicando, no envidiando, ubicándome hacia los demás y en el lugar de los demás, cumplía con ello: me daba la oportunidad de ser mejor y acercarme, así, al amor de Dios, que es el único alimento realmente necesario.
Pero no, el camino de Dios era otro: yo merecía la posibilidad que nadie más me podía dar: Ser Feliz y sentirme completo... Aún en el dolor, en el más grande y desgarrador dolor, ser feliz... encontrar la manera.
Comprendí que los demás necesitaban sus propias oportunidades, para crecer, evolucionar, para llegar a Dios. Pero eran “sus oportunidades”, no la mía.
Y por otro lado, Dios me preguntaba insistentemente: ¿Por qué te empeñas en dar oportunidades a los demás si no te das una a ti mismo?
Conquistada la libertad y transcurrido el tiempo me percaté de un hecho no menor: Yo negaba la gran alternativa que Dios me daba de ser feliz; había si, conquistado el ser libre, pero no era totalmente tal en tanto no me liberara de cadenas, de fantasmas, de recriminaciones, propias y ajenas.
Si tanto había pregonado de no creer en las imposibilidades de un cambio radical, entonces estaba contradiciendo mi esencia y el obrar de Dios a través de mí para bendecir a los demás, al no creerme yo mismo, digno de una totalmente nueva oportunidad... Y no estoy hablando de mujeres.
Y cuando Dios está resuelto a actuar y nuestras almas aceptan que Él actúe ¡Cómo lo hace! ¡Y claro que lo hace en grande!... ¡Dios no está para nimiedades y nada de Él es insignificante!...
Poco después comprendí la lógica que Dios había puesto en mi camino… y frente a mí.
Para tener mi propia oportunidad debía mirarlo a Él con optimismo, con fe, con entrega absoluta, sin miedo. Comprender que la felicidad no yace en ese estado de supuesta “alegría” permanente que creemos. Que el ser humano sufre pretendiendo ver en el amor sólo felicidad y no comprende que el amor también es dolor, sufrimiento, congoja, paz, tranquilidad, guerra, entrega, abandono, renuncia... Y más... Mucho más...
Que mi oportunidad comienza en cada amanecer, con la mirada optimista y agradecida. Y que sólo encontrara su final el día en que nuestro Padre me llame y me lleve a Su lado.
Cada día tengo una nueva oportunidad en lo simple, en la belleza de lo cotidiano, en el contemplar la figura tenue, suave, de la mirada de una alma pura, en la risa infantil de un niño o en la mirada y la sonrisa noble de un adulto, en el jugueteo de unos cachorritos o de unos gatitos, en los sacrificios y esfuerzos de un recorrido a pie llevando a cuestas una pesada carga entre las montañas, en el caminar hacia una meta para comenzar de nuevo otro camino, de simplemente ser feliz.
Optimismo, Esperanza y Fe... Mucha Fe... Y que se haga la voluntad de nuestro Padre... siempre.